Ya no te puedes fiar de nadie. Ni siquiera de tu grupo de amigos de toda la vida. Cualquier cosa que digan hay que ponerla en tela de juicio y corroborarla por fuentes oficiales, aunque tampoco sabe uno si creérselas del todo.

Les cuento uno de esos episodios que seguro que han experimentado más de una vez y de dos en sus grupos de WhatsApp, sobre todo en estos tiempos de pandemia, en los que nos hemos visto y nos seguimos viendo obligados a comunicarnos de forma virtual, en lugar de cara a cara, de forma real. Y, claro, la comunicación no es del todo completa.

Un amigo hizo saltar todas las alarmas. Su mensaje era claro, directo, rotundo y contundente, pero, sobre todo, cargado de verosimilitud. Ya saben, me lo ha dicho alguien de mi total confianza. El caso es que alertaba de un nuevo brote de coronavirus en Cabo de Palos. Pese a la seguridad y el convencimiento con que lo transmitía, todos nos lanzamos al cuello de su credibilidad. Que si eso es verdad, que por qué no aparece en los medios, que por dónde le había llegado. Nuestro amigo no solo se mantuvo en su certeza, sino que aportó nuevos datos para reforzar la advertencia. La cosa no quedó ahí y otro miembro del grupo echó más leña al fuego. «Tengo dos amigos en la Guardia Civil de Cabo de Palos, nada más y nada menos, que nos dijeron lo del brote», apuntó en otro mensaje. Y, por si éramos pocos, un tercer mensaje advertía de que un restaurante de una conocida urbanización de La Manga había tenido que cerrar por culpa del maldito bicho. Por supuesto, todo confirmadísimo y, para que no hubiera dudas, se añadía el mensaje de no es un bulo. Lógicamente, la inquietud y el nerviosismo se transmitió a todos. En mi caso, supongo que en el de muchos de mis colegas también, se lo comenté a mi mujer que, a su vez, se lo trasladó a su hermana€

Al día siguiente, aparece un comunicado en redes sociales de fuentes oficiales tan claro y contundente como el mensaje de mi amigo del día anterior. No hay, de ninguna manera, ningún brote de coronavirus ni en Cabo de Palos ni en La Manga.

Más allá de teorías conspiranoicas que apuntan a una ocultación de datos, no es de recibo lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos o a nuestros seres queridos. Porque hemos dejado atrás el estado de alarma, pero muchos son incapaces de arrojar a un lado el alarmismo. Como si no fuera bastante la que tenemos encima, nos encanta mantener la tensión y el temor a un nuevo brote. Y es verdad que puede ocurrir en cualquier momento, incluso que puede ser peor y más virulento que el anterior, pero también podría ser que no, que disfrutáramos de un verano tranquilo y sosegado, sin más sobresaltos y con mascarilla, pero sin más miedo ni preocupación que la estrictamente necesaria.

Lo que no debemos es ser agoreros ni pesimistas, porque el pánico innecesario y el alarmismo desmedido son un virus tan peligroso como el peor. Permanezcamos alerta, cumplamos escrupulosamente las medidas de protección y seamos prudentes, pero tratemos de vivir sin un yugo continuo sobre nuestras cabezas. Lo que tenga que venir vendrá, no lo suframos antes de que llegue y ojalá no llegue jamás.

El Covid-19 nos ha dado muchas lecciones, pero creo que no las hemos aprendido todas. Nos han dicho por activa y por pasiva que no propaguemos mensajes sin contrastar, pero los brotes de WhatsApp son más contagiosos e incontrolables que los del coronavirus. Y lo peor es que para esos nunca tendremos vacuna.