Por fin ha llegado el tan ansiado fin de curso. Creíamos que no llegábamos. Mi amiga Fuensanta me comentaba por whatsapp que en los veinte años que era madre nunca recordaba haber tenido tanta gana de que dieran vacaciones.

Tres meses han pasado, desde el trece de marzo, viernes, hasta el día de hoy. Tres meses sin pisar las clases, y sin ver a sus compañeros salvo por algún encuentro esporádico y, claro está, por los encuentros en meet para cada clase.

En mi percepción, quizá soy una exagerada, tengo la sensación de que los niños han sido abandonados por todos, salvo por sus padres, claro está, y sorprendentemente para mí, por sus maestros. Poca ocasión se pinta tan calva para poner pies en polvorosa que ésta. Y no sólo han permanecido al pie del cañón, al otro lado de la pantalla, cada día, sino que todos los días había tarea programada para hacer e ir avanzando en la medida de lo posible. Creo, sinceramente, que los padres nunca olvidaremos esto.

Le comentaba a una amiga cómo era posible que se las hubiesen ingeniado para que empezase el futbol, que volvieran a abrir fronteras y que de los colegios no se hablara. De no haber sido por los profesores y su tesón, al otro lado de la pantalla, ¿qué habría sido de nuestros hijos? Bueno, del tesón de los profesores, y del nuestro. Que para mí se quedan estos meses de batalleo con los deberes, las conexiones, los cascos que no se oyen, los libros que algunos teníamos y otros no los encontrábamos ni en papel ni en digital. De verdad que ha sido durísimo.

Al principio de todo, no te puedo decir el caos total que era hacer fotos a las tareas, mandarlas al mail, o subirlas a la plataforma. Elena y Cristina la verdad es que se hicieron enseguida a ello. Recuerdo el día que me puse a sacar la foto, y Cristina con cara extrañada me dijo que eso no hacía falta ya. Ahora era con classroom, así que me fue indicando cada paso en la pantalla hasta llegar a 'subir tarea'. Madre mía, me sentí como una abuela.

La batalla para mí ha sido Antonio. Pero qué quieres. Con ocho años, el milagro es que el crío se haya conectado más o menos todos los días, sin tirar por la escalera el ordenador. La otra noche, cuando me acosté con él para que me contara lo mejor del día, me dijo que estaba cansado, que quería estar más tiempo por las mañanas despierto antes de la clase, porque siempre se levantaba, y de la cama iba al ordenador. «Y eso cansa». Y tanto. No me extraña que estuviera cansado. Ahora, que si supiera qué ha sido para nosotros levantarlo todos los días batallando, que hiciera los deberes, que los entregara a tiempo?Ha sido bestial. Para él, para nosotros, y para don Natanael, su profe. Si todos los profesores en general se merecen un premio, don Nata y todos los profesores de niños pequeños, se merecen un monumento.

La mayor parte de los días estábamos Antonio, o yo, al lado de Cristina y de Antonio, cada uno en lo suyo, pero con un ojo en las clases. Y nos hemos llevado sorpresas, no te creas. Por ejemplo, en las clases de matemáticas de Cristina, yo le pedía que se quitase los cascos, quería oír todo y estar atenta cuando ella se perdiera, porque la pobre ha salido a mí, y las matemáticas no eran lo suyo. Pero sorprendentemente este confinamiento ha conseguido entender y colocar en su sitio todos esos conceptos que antes eran imposibles. Hasta ella se sorprendía de no saber antes lo que ahora le parecía una obviedad.

Con Antonio, el descubrimiento ha sido Triki, un muñeco de 'el monstruo de las galletas', el ejemplo de cómo se las puede ingeniar un profesor durante tres meses para ataer la atención de niños de ocho años para hacer las clases lo más entretenidas posibles. Ha habido hasta vídeos del monstruo de las galletas. Qué currada, madre.

La víspera del último día, la madre encargada nos propuso empezar la clase, al día siguiente, con un cartel cada uno de «Gracias» para don Nata. No veas la cara que se le puso cuando vio en cada pantalla un cartel. De fondo se escuchaba a los niños decir espontáneamente «¡Gracias, don Nata!». Ha sido emocionante.

Por muchas cosas este curso va a ser inolvidable, sin duda. Pero para mis hijos, sus profesores, los otros además de sus padres que no les han abandonado, también lo serán.