Cuando hace unos pocos años, apenas dejado el Juzgado de Paz, me embarqué con Urbania Rondón y Manuel Santiago, en la aventura de la mediación, me fijé una meta que ha pasado por varias fases, desde formar mediadores profesionales, estar conectados con las Administraciones de las que dependemos, asociarlos, organizarlos en lo posible, pero, muy importante, la guinda del pastel, lo que da visibilidad a todo: dotarlos a ellos y a la ciudadanía de un lugar desde donde poder desarrollar su trabajo de mediación, y los ciudadanos aprovecharse de ella. Lo de después, ya no sería de mi responsabilidad. El ser humano funciona por metas. No importan las etapas que se hayan de caminar, o de quemar, muchas veces entre esfuerzos baldíos y sin respuestas, o desperdiciar en falsas esperanzas de donde uno cree esperar algo más que nada. Eso es parte del trabajo, quizá la más ingrata, La gente se forma como mediador profesional por muchas razones diversas: para enriquecer su currículum y mejorar su nómina, como una salida profesional que le permita establecerse, por simple prurito personal de enriquecer su formación y su cultura, para poder optar con mayor facilidad a otros puestos y otros ingresos. Estos últimos son los que siempre me han movido y motivado. Formarlos en una actividad que no tiene futuro es formar en utopías, y de las utopías no se vive. Las utopías suenan, pero no dan de comer. Y la mediación dejó de ser una utopía nada menos que en 1.947, cuando la propia ONU apostó por ella y le abrió las puertas al mundo de otra realidad como justicia colaborativa, o restaurativa, y a partir de los propios elementos judiciales de las naciones. Que España haya llegado a ella tarde y en el pelotón de los torpes, nacida casi que con fórceps del sistema europeo de justicia, de las últimas, no quiere decir que ya no empiece a contarse como una realidad, y ya no teórica, si no práctica, y termine siendo una necesidad, como en todos los países del mundo civilizado, y a pesar de nuestras renuencias y desconfianzas. De repente, en manos de la mediación ya están los monitorios, divorcios, determinados asuntos civiles, y cientos de conflictos más, La ministra anuncia modificaciones al alza en materia de formación de profesionales; el presidente de nuestra Comunidad autónoma presenta la Bolsa de Mediadores Regionales, donde aún no están todos los que son, pero donde todos estarán; el Presidente del TSJ de Murcia anuncia un aumento acusado en mediación y pide más mediadores. Y la mediación empieza a moverse casi sísmicamente, y el sueño, mi sueño, parece que va a ser dado a luz.

En fechas antecoronavíricas debíamos de haber celebrado en Torre Pacheco, por segundo año consecutivo, el Día Mundial de la Mediación, en una jornada técnica donde hubiéramos reunido a representantes empresariales, sindicales, judiciales, municipales y de mediadores, claro está, donde hubiésemos dado a conocer a los medios de comunicación la noticia de un proyecto pionero y prioritario en esta región, y sobre todo, para esta comarca, pero, en fin, por los motivos de casi siempre, las cosas se frustran, y te frustran, y te envían a esos baldíos de falsas esperanzas y nulas respuestas de las que hablo en mi primer párrafo, pero con lo que hay que contar, dado lo que hay, o mejor dicho, dado lo que no hay.

Lo que pasa es que te pueden socavar el escaparate, pero no el proyecto. Y ese proyecto está a punto de culminarse y a puntísimo de presentarse. Se trata, ni más ni menos, que del primer (primero de estas características, al menos) CIMA (Centro Integral de la Mediación y Arbitraje) de nuestra región, que se va a poner en marcha en Cartagena, en Plaza Castellini, al servicio de nuestra comarca y exportable a toda la región. Se trata de un Centro de Referencia en materia de Mediación. Es, en definitiva, de un punto multidisciplinar donde se resuelvan conflictos y se medie entre vecinos, empresas y organismos, donde se reciban la mediación derivada de los juzgados y de los despachos de abogados, donde se preste servicio a colectivos, colegios, organizaciones, Administraciones, etc., de donde surjan estudios, informes, proyectos y/o convenios con los Ayuntamientos, y donde, naturalmente, se imparta toda la formación reglada en materia de mediación y especialización.

Todo esto, como dije al principio, fue la meta que Manolo y yo nos propusimos en su día de hace unos pocos años. Una vez lograda, se cierra una etapa. Finito. A mi edad ya, cuando se cierra una etapa, cuando se llega a una meta, cuando se cumple una aspiración, ya no queda recorrido para ninguna otra, no se engañe nadie. Los sueños requieren su tiempo, y a mí, y a Manuel, la cuenta corriente en disponibilidad de tiempo nos queda demasiado menguada, y nuestro banco de vida no nos da crédito para abordar nuevas misiones. Si acaso, con suerte, podremos formar un cortejo de acompañamiento a una obra de la que nos sentimos orgullosos.