Quienes leíamos con avidez los Astérix ya sabíamos que los ingleses hablan al revés. Por eso a ninguno extraña que la hegemonía científica anglosajona cause efectos muy perniciosos. La nomenclatura clásica de la patológica era inteligible y permitía al profano deducir que una hepatitis es una inflamación del hígado o que una cardiopatía es un padecimiento del corazón y no necesariamente de amores.

Ahora miramos a los anglosajones y la RAE se descompone en una discusión sobre el género de la afección, pues si hablamos del bicho, debiera ser masculino, pero si mencionamos la enfermedad, debiéramos usar el femenino. ¡Aviso! La enfermedad tiene género, pero sólo tiene sexo quien la padece, y el virus es de género masculino, con independencia de su virulencia; el sexo, si es que lo tiene, será donde la nobleza, ya que tiene corona.

Desde que se descubrió el causante de la pandemia, los expertos virólogos lo llamaron SARS-2, por las siglas en inglés de la afección que provocaba, un síndrome agudo respiratorio severo. Sin embargo, para nombrar la enfermedad que ha provocado la pandemia, los epidemiólogos dicen COVID-19, enfermedad del coronavirus. Es decir, que al virus lo llamamos por la enfermedad que produce y a la enfermedad por el virus que la causa. Ergo, los anglosajones hablan al revés, como queríamos demostrar.

Hagamos una analítica, que por ser esdrújula y de cinco sílabas, siempre parece más importante que un simple análisis clínico, esdrújulas también, pero menos silábicas:

Si relacionamos el lenguaje con la pandemia, asistiremos a una atrofia lingüística que tiene un evidente parangón con la propagación de un síndrome severo de idiocia aguda. Sólo de esta manera se explica quien prefiera cuarentenar a poner en cuarentena, como se ha hecho siempre. No ayuda la FUNDEU (Fundación del Español Urgente), que a veces confunde más que aclara. La Real Academia nos instruye que el idioma lo hacen los hablantes y el castellano tornó en español cuando se enriqueció con las aportaciones de otros pueblos, construyendo una lengua exuberante en sinónimos que contribuyen a una diversidad de connotaciones. Sin embargo, determinados neologismos denotan cortedad en la instrucción y parquedad en la comunicación, lo que se pone de manifiesto incluso en las soporíferas ruedas de prensa gubernativas, interminables y reiterativas hasta la saciedad.

Aceptamos la metáfora de la guerra para referirnos a la pandemia, con un abuso rayano en la lujuria. Hubo críticas por la utilización del campo semántico bélico, porque la comparación resulta odiosa, pero una tan aguda como aquella que veía en ello un signo del machismo imperante, no pareciera otra cosa más que delirio, tan cercano a la psicosis. Podíamos hacer uso de otras metáforas menos hostiles. El Gobierno que se regodeó en la primera, convirtió la curva de infecciones en un deporte de alto riesgo, empeñado en escalar el pico para iniciar la desescalada, olvidando en su culto anglófilo que los escaladores descienden y que el común de los vecinos baja la escalera. Otra vez la FUNDEU, inmiscuyéndose en la cocina del idioma, aceptó la palabreja como quien condimenta la gallina en pepitoria con salsa alioli.

Hay palabras admitidas por la RAE que resultan escatológicas cuando no estrambóticas, como la manía de una ministra empeñada en que las medidas profilácticas permeen en la sociedad, escasamente provista de impermeables para prevenir el aguacero de la necedad. ¡Con lo lindo que suena impregnar, imbricar o incluso acostumbrar! La distancia entre personas para prevenir el contagio tuvo un comienzo muy engolado, con eso de ser interpersonal, para terminar con algo tan clasista como la distancia social. Cualquier palabra con el prefijo inter otorga al hablante un plus de importancia: interactuar, interlocutorio, interludio, intercambio, interceptar, interceder, intersección€ sin embargo, en lugar de intermisión o interclusión, se prefirió confinamiento, cuando éste resulta ser una antigua pena que, si bien coartaba la libertad extravagante (el que camina por el exterior), no la restringía al ámbito doméstico, sino al local, preferentemente insular, pero con licencia deambulatoria.

Respecto al argot jurídico, baste con reseñar una confusión de lenguas similar a la Torre de Babel. La diferencia entre fuerza mayor y causa justificada debiera ser conocida por juristas, economistas, legisladores y burócratas de diversa especie, pero no es así, para demérito de enseñantes que debieran avergonzarse al abrir el BOE. ¡Funesto ejercicio! Descifrar uno de los innumerables textos normativos dictados durante el estado de alarma y su hipertrofia normativa, resulta ejercicio moroso cual jeroglífico egipcio, para llegar a la conclusión de que un colegial de primaria lo habría redactado mejor, con menos circunloquios y mucha mayor precisión. El nivel de la técnica legislativa ha descendido al del debate parlamentario, con la diferencia de que si éste es ejemplo de la injuria y la mala educación, aquél es directamente insultante por la mala enseñanza del castellano.

Asistimos a la fiebre de la visibilidad lingüística y persistimos en el tabú, de manera que los ancianos se han convertido en personas mayores o seres queridos, directamente relegados a un papel pasivo, pues nuestros dirigentes siempre hablan a la fracción de la población en edad laboral activa. Habremos de cuidar de nuestros ascendientes, sacarlos de esas residencias, convertidas en horrorosos internados, y transmutarlos en convivientes, otro eufemismo para evitar el término familiares, que tan cálido nos resultaba.

En estos tiempos de metáforas bélicas y reminiscencias del pasado, tal vez haya de rectificar ciertas apreciaciones, pues el jinete de la peste siempre anduvo acompañado de la guerra. En la misma cuadriga, le acompaña la muerte, que ha afilado su guadaña. El cuarto en la liza es el hambre, pero ese ya cabalga hace tiempo por nuestro país. La tasa de pobreza relativa, según datos manejados por la Unión Europea, supera el 20% de la población y la pobreza severa alcanza el 9%. Las advertencias de las instituciones europeas para corregir estas desigualdades no deben ser despreciadas, tal vez por eso el Ingreso Mínimo Vital fue aprobado en el Congreso sin votos en contra, con la sola abstención de Vox.

No hay mayor ciego que el que no quiere ver, por eso algunos prefieren seguir con su semántica pandémica y otros recurren a la oratoria épica, con más pena que gloria ciertamente, cuando lo que falta son unas dosis de gramática parda.