En una conversación con el filósofo Francisco Jarauta me remitió unos Nocturnos, publicados por este periódico, que había escrito en un lenguaje que me es tan grato y familiar y cuya lectura me trajo antiguos recuerdos e introdujeron nuevos matices en cosas que me preocupan. En esta línea, en otra conversación con el antropólogo mexicano Mauricio Guzmán, éste escribía: «Estos son tiempos aciagos, todo sucede con tal rapidez que ya estamos en el posneoliberalismo y bajo la pospandemia postulándonos para un nuevo amanecer. Que ironía, barbaridad, tragicomedia del género poshumano, demasiado humano, siempre y por virtud animal-natural».

Estas conversaciones con estos sabios (me siento de tener amigos así) me introdujeron en reflexiones que tienen relación con estos tiempos acelerados y acuosos en los que vivimos, donde estamos viendo una situación en que las personas expertas de diferentes disciplinas nos advierten del colapso ambiental y civilizatorio inminente al que nos dirigimos, se nos presenta, por parte de estos expertos y expertas en diferentes disciplinas, un negro horizonte del que no podemos ver salida y tampoco advertir cuál puede ser el camino que nos lleve a paliar esta situación de colapso, ocasionado por el agotamiento de los recursos en los que se basa nuestra forma de actuar sobre la naturaleza y el cambio climático que estamos provocando con nuestro modo occidental de vida.

Esta situación límite a la que nos conducen estos diagnósticos producen efectos en nuestra forma de pensar que fácilmente nos pueden hacer caer en una actitud pesimista que tiene relación con el negro horizonte que ya podemos ver sin esforzar demasiado nuestra mirada, así como con la incapacidad de llegar a pensar soluciones ante la inacción de las entidades que ostentan los poderes políticos y económicos.

Por otra parte, inducido por los Nocturnos de Francisco Jarauta, reconozco que escribo estas líneas contemplando al cuerpo desde la perspectiva de la metáfora que nos lleva a verlo como un contenedor que es llenado desde el exterior, quiero decir, desde una exterioridad, en un proceso que nos convierte en algo homogéneo y en cuanto a contenedor, a la piel como frontera, las trampas, a veces útiles, del reduccionismo al que nos lleva la helada razón deductiva.

Desde esta mirada podemos contemplar cómo somos convertidos en objetos de representación sometidos a estándares normalizados, al igual que hacemos con la Naturaleza, desde el exterior se nos llena y se nos niega la capacidad de autoreferenciación; en este sentido, aún existe un horizonte de esperanza que procede del arte como actividad y de la acción emancipatoria inscritos en un proceso que nos libera de la función reproductora de normalización, como una función que reproduce la ideología dominante que normaliza las subjetividades, como si fuéramos un Ford o un BMW, propias de nuestras sociedades occidentales y del capitalismo como sistema de dominación múltiple que esculpe las subjetividades con martillo y cincel, a martillazos, como diría Nietzsche, o con violencia, como diría Foucault.

Esto ocurre de manera mucho más flagrante en su fase más neoliberal que transforma las subjetividades y reproduce las categorías de género, así como otras construcciones como indio, blanco, negro, trabajador o trabajadora y en dominios diferentes diseña y llena de contenido los términos 'desarrollo', 'sostenibilidad', 'recursos', 'territorio' e incluso 'naturaleza' o 'cosmos' desde un lugar desde el que se reduce todo a la economía de mercado que sacrifica todo y a todas y todos nosotros en pos del crecimiento económico y la ganancia particular.

Este pesimismo puede agudizarse si contemplamos el estado del arte y de la acción, que solo cumplen esta función normalizadora. Solo si nos escapamos del arte y la acción que actúan bajo la función reproductora, llenadora de este metafórico contenedor en el que han sido transformados nuestros cuerpos mediante la imposición violenta de esta ideología dominante e institucionalizada, es posible contemplar nuevos horizontes. No sé si escapar a esto es posible, pues, si hablamos de sistema, no puede haber nada fuera del sistema, ni siquiera el artista y su obra o el científico y sus descubrimientos, pues un sistema lo abarca todo, 'no puede haber nada fuera del sistema', esta es la principal característica de las cosas a las que llamamos sistema.

Esto me recuerda a cuando, era mucho más joven, pues han pasado ya, al menos cien años y me entusiasmé con los románticos que me presentaba, no voy a decir, mi profesor, que también, pues profesores y profesoras de filosofía hay muchas, sino que diré el filósofo, de estos, hay muy pocos, Francisco Jarauta, me refiero a Hölderling, Schlegel, Friedrich, Hegel, Novalis y hasta Goethe, que nos hablaban del 'Spaltung', lo recuerdo muy bien y no se me olvidará, pues me impresionan estas cosas, como un hachazo, una herida sangrante, una brecha incurable en el ser humano entre la razón y el sentir, pero en este caso viene en forma de cadena irrompible que nos amarra y limita nuestra libertad, las dos duelen.

En este punto recuerdo a Gramsci cuando decía que era pesimista de razón y optimista de voluntad, creo que lo hacía deliberadamente para salvar la acción; un tío listo, pues el pesimismo, pienso, lleva a una inactividad densa y aterradora, quizás esta inactividad es un tipo de muerte, el peor tipo, la muerte sensual, pues las cosas se captan en el movimiento.

El pesimismo se me aparece como algo ancestral, oscuro, un viento seco que va resecando hasta acabar con las voluntades, crea un mundo con una gigantesca y pesada fuerza de gravedad cien mil veces superior a la de la tierra que lo deja todo inmóvil, hasta el tiempo detiene, son los eternos Gritos de Munch, es el ocaso de la razón, desde donde partimos en nuestro viaje allá en el poniente, un lugar de salida y no el puerto de llegada; el optimismo es, por el contrario, el rayo del amanecer, nos sitúa en camino hacia un mundo liviano, por allí por el Este, hacia donde dirigen sus pasos los que quieren escapar al calor húmedo del amanecer, abre las puertas de la razón hacia nuevos horizontes que emancipan; tensiona la cadena que nos atrapa y reduce la incertidumbre; el optimismo es capaz de abrir nuevos horizontes de esperanza y puede que sea la fuerza que nos hace entrar en tromba en el palacio del zar y con el corazón en la mano gritar «revolución».