El lector medio cierra los ojos. En ese estado de somnolencia escucha nombrar 'Hispanoamérica' y 'literatura' y con poco esfuerzo contempla una selva tropical, un corral de gallos que entrenan diariamente para pelear en las plazas y un grupo de muchachos que afila cuchillos. Es el día en el que llega el obispo a la ciudad y el aire huele a sangre. El paradigma de la violencia al otro lado del charco ha dejado escenas sinuosas que los lectores españoles admiramos. Incluso imaginamos con cierta sensualidad ese universo húmedo. Son pasiones primarias desbocadas.

Amor y sexo. Celos despiadados no carentes de belleza. Una escritura torrencial pero que mide las fuerzas y los límites de la perfección. Crónica de una muerte anunciada es en este sentido el espejo distorsionado en el que todos miramos cuando hablamos de literatura hispanoamericana.

Así se estudia en las universidades, tanto españolas como extranjeras. Los gallos de Márquez resuenan en las estanterías de las librerías de todo el mundo. No hay escritor más leído en el siglo XX español, salvo Lorca. Pero en los últimos años, el grado de violencia en la América hispana ha encontrado una sofisticación en el salvajismo de la que la literatura ha dado buena cuenta de ello. La violencia ya no es bella. Ahora se estructura desde un punto de vista realista. Se desnuda y queda un esqueleto difícil de mirar. A los gallos de Márquez se le quitan los plumajes y nace una literatura despiadada, no carente de lirismo pero difícil de pasar por alto.

Nos referiremos a dos escritores mexicanos, pero la lista, desde la Pampa hasta Monterrey es abundante. El primero de ellos es Elmer Mendoza. El autor nacido en Culiacán se ha especializado en novela negra, imprimiendo en sus libros la crudeza de un país con serios problemas de convivencia. Es célebre la creación de Edgar El zurdo Mendieta, el detective que resuelve casos ante la omnipresencia del narco, pero la novela que mejor refleja el mundo violento y sin andamiajes es El amante de Janis Joplin (Tusquets).

Las primeras páginas son un recital lírico. Una fiesta de verano en Sinaloa. Hace calor y los jóvenes bailan bajo los farolillos de calores. La noche calma los ánimos y David Valenzuela, un muchacho ingenuo hasta el extremo de la deficiencia mental es invitado a bailar por una chica. Es la novia de un narco. Tras unos pasos y una mano descendiendo más abajo de la cintura, se desencadena una represión brutal. Elmer Mendoza destapa el problema primario del narcotráfico en México a través de una escena cotidiana. Pero no ahorra detalles. Del verano al desenfreno de la violencia, la corrupción policial y el interés político, no hay ámbito que escape de la novela. El lector tiene la sensación de estar adentrándose en una pesadilla y comprende el dolor social de un país que vive atemorizado, en una guerra civil constante. Los jóvenes no encuentran más salida que el dinero fácil.

Las calles del norte de México en las historias de Mendoza recuerdan a las que escribió diez años antes Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios. Medellín y Sinaloa como polos del mal donde la brutalidad humana explora sus territorios más grotescos.

Pero también hay una visión de la violencia mexicana con tintes irónicos, incluso rayando lo grotesco. Hablamos de Enrique Serna y El miedo a los animales (reeditado en Alfaguara). La novela trata sobre un periodista de la sección de cultura de un periódico. Lo que en un principio parece una radiografía de la vida cultural mexicana se convierte pronto en un cuerpo putrefacto. Los poetas, escritores, locutores y artistas varios son una representación mayor de las bajas pasiones. La única diferencia entre el modus operandi de un narco de segunda y un escritor consagrado es la delicadeza del mensaje. Todos medran a través de la impunidad. Utilizan el brutalismo para hacerse camino entre codazos. Evaristo Reyes, el protagonista frustrado de la novela, no duda en aceptar el peligroso juego de favores para hacerse un hueco en la República de las Letras mexicanas. Aunque sus métodos no son tan exquisitos como los Bolaño de Los detectives salvajes, quien planeó secuestrar a Octavio Paz por el bien de la poesía. La novela es una historia sucia donde la cocaína se mezcla con el azufre de las pistolas y los versos recién impresos.

Al lector le cuesta distinguir dónde queda la bondad de un mundo inundado de corrupción. Tanto Elmer Mendoza como Enrique Serna han acercado la realidad de México al espectador español. El país es mucho más que violencia, por supuesto, pero qué mejor forma de despojar las plumas del narcotráfico que conocer el organismo vivo que mancha todos los estratos de la sociedad. Solo quien mira a la cara el problema tiene la fuerza de voluntad suficiente para destruirla. Mendoza y Serna nos despiertan.

La violencia en Hispanoamérica ya no es una historia mitológica emparentada con los Buendía. Ahora sus protagonistas son gente corriente que uno encuentra en el mercado o en una librería. Personas que leen, escriben y que siguen apostando a las peleas de gallos. En eso Márquez es inamovible.