Hace ya unos años, un editor que tuvo la temeridad de publicarme un escrito me preguntó si quería que mi fecha de nacimiento apareciera en los datos que sobre el autor se suelen incluir en la solapa. Hay quienes, me explicó, prefieren no desvelar su año de nacimiento. Redacté yo mismo el texto autobiográfico, con indicación del año de nacimiento. He conocido a bastante gente, de ambos sexos, que se pone muy coqueta con esto de la edad y la oculta o tergiversa. A veces se limitan a restarse un par o tres de años, lo que no los saca de pobres, pero, oye, algo es algo.

La semana pasada fue mi cumpleaños y, ciertamente, se adentra uno ya en esas edades proclives a eso que se ha dado en llamar la 'crisis de la mediana edad'. No son pocos quienes, a estas alturas, sienten que la vida se les hace un tanto onerosa, los días convertidos en un repetitivo deambular que a ningún lugar conduce.

Fue Albert Camus quien popularizó como metáfora de la humana existencia la figura de Sísifo. Es la de Sísifo una de las más poderosas imágenes que nos ha legado la mitología clásica. Sísifo es castigado (parece que por temeraria desobediencia a la máxima jerarquía) a empujar una roca hacia la cima de una montaña; la roca cae antes de alcanzar la meta y el hombre se ve obligado a retomar la fatigosa tarea. Así una vez y otra y otra. Empujar la piedra ladera arriba, verla caer ladera abajo, regresar a la falda de la colina, empujar la piedra ladera arriba, verla caer ladera abajo, hasta nunca acabar.

La poderosa imagen ha atraído la mirada de pintores de todas las épocas. Ya en su día adornó cerámicas griegas, esas maravillosas piezas elaboradas por artesanos considerados a la sazón poco menos que parias de la sociedad y que se subastan ahora por millones de euros. Retrató a Sísifo nuestro Ribera y lo retrató Tiziano.

La vida, especialmente a partir de la cuarentena, comienza a dejar un regusto como a tristeza poscoito, esa melancólica sensación tras el orgasmo de tanto esfuerzo para tan poca recompensa. Le petite mort, 'la pequeña muerte', le dicen los franceses. Fue Galeno quien, ya en la Antigüedad, describió la tristitia post coitum: «Todo animal está triste tras el coito, menos la mujer y el gallo». (Algo de eso hay: según los estudios se trata de una sensación mucho más común entre nosotros que entre ellas). La vida toda viene a ser como los encuentros íntimos para los afectados por la depresión poscoital: una labor tan titánica como vana. Una labor sisífica.

En una versión del mito, a Sísifo no se le ha encomendado más labor que la de empujar la roca hasta la cima. En otra versión, tiene un objetivo concreto: trasladar la piedra al otro lado de la montaña; simplemente, no lo consigue. En el primer caso, esperable sería que a Sísifo le invadiera la sensación de absurdo, pues su labor es fútil, un afán sin objetivo. En el segundo caso, la labor es concreta, pero se muestra irrealizable y el esfuerzo, por tanto, igualmente inútil. ¿Cuál de ambas versiones resulta más pertinente como metáfora de nuestra existencia?

Algún ocurrente filósofo ha propuesto el siguiente escenario: los dioses que castigan a Sísifo, en loable muestra de piedad, le inoculan el gusto por empujar piedras a lo largo de una ladera. Es más, deslizar piedras colina arriba, colina abajo, se convierte en su auténtica pasión. Sísifo disfruta cada día de la tarea a la que ha sido condenado. Sarna con gusto no pica. El propio Camus, en vena inusitadamente optimista, había añadido que «uno debe imaginarse a Sísifo feliz».

La grandeza de Sísifo, aparte de la travesura con los dioses que le costara el castigo, consiste en hacerse perfecto cargo de la banalidad de su empeño y, sin embargo, perseverar, tan hacendoso como jovial. Sobra decir que ser consciente de que la vida de uno no tiene sentido no equivale a brindarle ningún tipo de sentido: continúa tan absurda como la del abejaruco común. Ser consciente de nuestra trivialidad y asumirla con la convicción de un Sísifo que carga con la piedra por ladera arriba: ese es nuestro reto. Esa es nuestra única grandeza posible.

Somos Sísifos inmersos en tareas estériles e ilusorias, pero encantados con el ajetreo; somos niños en un juego infecundo, pero disfrutando como puercos en el barro. Nuestro gusto en el quehacer no hace nuestro cometido más relevante, no dota de más significación nuestra vida: ¡pero qué bien lo pasamos!

La vida de este Sísifo satisfecho es una vida sin sentido, pero feliz. No podemos aspirar a más. ¿Acaso lo pretendíamos?

Y todo eso para decir que fue mi cumpleaños y que, aunque tarde, me feliciten. Que siempre hace ilusión.