En el mes de marzo un organismo invisible pero letal nos confrontó con nuestra forma de vida y detuvo abruptamente nuestro transitar por el mundo. Nos pidieron confinarnos en nuestros hogares, se eliminaron los gestos de afecto, nos vimos separados de familiares y amigos. Los lugares en los que antes pasábamos nuestro tiempo de ocio cerraron, como también lo hicieron comercios, iglesias, o colegios. Durante casi tres meses hemos vivido con el miedo y con la incertidumbre, intentando comprender cómo iba a cambiar nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con el mundo.

De manera casi imperceptible, las mujeres hemos sido las que hemos estado llevando el peso del día a día durante la pandemia: conciliando teletrabajo e hijos; cuidando de las personas mayores en casa y en residencias; trabajando como enfermeras y médicas en centros hospitalarios saturados de enfermos; acudiendo cada día a su puesto de trabajo como cajeras en supermercados o dependientas en farmacias.

En definitiva, asumiendo gran parte de la carga de los cuidados familiares, y también del peso emocional de esta crisis. Porque si algo hemos sacado en claro durante toda esta pandemia es que las mujeres somos mayoría en los servicios esenciales, somos las que cuidamos. Pero también somos las que tenemos los empleos más precarios, la mayor tasa de trabajos temporales, los salarios más bajos, en definitiva, somos las que peor paradas vamos a salir de esta crisis.

En este tiempo en el que todas las situaciones que se han planteado han sido completamente nuevas para todos, hubiera sido lógico estar más unidos que nunca, pero, como hemos visto, esto no siempre ha ocurrido. Especialmente violentos han sido los intentos de la derecha por utilizar, una vez más, los ataques al movimiento feminista como arma para desacreditar al gobierno. La derecha más sectaria y los movimientos ultracatólicos han tratado de demonizar al movimiento feminista, que ahora más que nunca se encontraba en un momento de gran fortaleza. Estos sectores retrógrados son absolutamente alérgicos a un movimiento transversal que aboga por conseguir un mundo más justo y mejor para todos, ya que ven cuestionado un sistema que, tras la pandemia, ha quedado en evidencia.

Ahora hemos iniciado el camino a lo que se ha bautizado como 'la nueva normalidad', una realidad en la que el movimiento feminista debe estar muy atento.

Porque en todos estos meses de confinamiento y frenazo en nuestro modelo de vida, hemos visto qué actividades son verdaderamente esenciales y quienes las desempeñan. Como también hemos comprobado la necesidad de que, tanto los poderes económicos, como la sociedad, pongan en el centro el cuidado de la vida y el bienestar de las personas.

Desde el feminismo se defienden valores que se han puesto de manifiesto durante la pandemia: la necesidad de crear redes ciudadanas de apoyo, la necesidad de educar en igualdad, la importancia de facilitar la conciliación de la vida laboral con la vida familiar, la necesidad de acabar con la pobreza y la brecha de género, la importancia de lo público; todo ello hará que seamos una sociedad más moderna y democrática. Para lograrlo y salir de una manera más social de la crisis en que la enfermedad producida por el coronavirus nos ha sumido, hace falta una mirada feminista. Es el momento de cambiar el paradigma y echar a andar hacia una verdaderamente nueva normalidad. Por eso, ahora más que nunca, vamos a estar alerta.