Una copa de vino, una tabla de quesos y buenos amigos. La vida es esto, ¿no creen? Llevo subida a esta filosofía años, emborrachándome de felicidad con pequeños detalles, es de lo más placentero que existe, lo recomiendo. En mi caso no tuvo que llegar una pandemia para darme cuenta de lo bonito de las cosas sencillas. Ya lo decía Pau Donés: «Vivir es urgente», y creo que muchos aún no son conscientes. En ocasiones me digo, ojalá ser frívola sin empatía para vivir sin tanta intensidad, pero qué quieren que les diga, a mis 42 castañas no me pidan que cambie, porque no va a suceder.

No sé si les ha pasado a ustedes, pero con todo el horror que hemos vivido en estos últimos meses, al escuchar la noticia del fallecimiento de alguien conocido, algo se me ha encogido por dentro de una forma distinta. En estos días he vuelto a 1998, tras enterarme de la noticia de la pérdida por el puto cáncer de Pau Donés, cantante de Jarabe de Palo, voz que me acompañó en mi adolescencia. He sacado fotos de aquellos veranos ¡qué tiempos! en los que, cantábamos La Flaca en un bar que ya no existe, que se llamaba La Muralla, en Mojácar, y acabábamos con los amigos de mi hermano mayor, viviendo alguna aventura, parando en alguna discoteca de camino a casa. Los veranos duraban tres meses, salíamos todos los días y las resacas no existían porque tu cuerpo de aquellos años podía con todo y no conocía el Jägermeister.

Ojalá volver aquellos años, comer pipas en el cine de verano viendo Bailando con lobos en aquellas sillas torturadoras que no estaban preparadas para pelis de cuatro horas, al que te llevabas cojines y una sudadera, porque en las noches de verano molaba ponerse manga larga a finales de agosto. Sentarme horas en la terraza de casa de mis abuelos en Garrucha, llena de salamanquesas en las paredes que me hacían compañía la rara noche que no salía; las barbacoas nocturnas; los churros con mamá por la mañana en la cocina; el amor de verano, las verbenas, las orquestas y las risas. Ojalá volver a navegar con mi padre y salir a pescar, o las fiestas de disfraces que mi madre montaba, en las que siempre conseguía algún premio: he sido monja de clausura o la cantante Martirio. La cervecería a la que íbamos, que era una cochera en la que jugábamos al duro o al penúltimo, mientras escuchábamos en bucle el disco de Manolo Tena Sangre Española o los aperitivos y comer a las cinco de la tarde porque en casa en verano el tiempo se paraba y no había horarios. Éramos invencibles. Tengo la impresión de que todo era más natural y tolerante y los problemas de adultos, la política, la muerte o la enfermedad no estaban ni se les esperaba.

Han pasado veinte años, todo ha cambiado, no coincidimos en vacaciones, la dolce vita se esfumó y llegó la maldita madurez. Nada de aquellos días queda hoy, solo la añoranza de un reencuentro alguna vez cuando nuestras vidas nos lo permitan y todos podamos volver a ser aquellos adolescentes por unos días en los que sólo importe recordar, reír y brindar por los tiempos felices y aquellos maravillosos años.

No sólo añoro la cándida adolescencia, como el brindis de Karen y Denis en Memorias de África; añoro los tiempos en los que no nos ofendíamos por todo como ahora, que somos tan ridículos que llegamos a pensar que censurar el arte o películas nos hará mejores personas como decía Sergio del Molino el otro día en su columna. Llegados a este punto de 2020, haciendo mía la broma de un amigo, ¿por qué no me tomé aquella pastilla de cianuro?

Resulta que ahora vamos a eliminar todo lo que ofenda en el arte, el cine, la música, la literatura. Pensé que el guionista de este año, con el tuit fálico de Girauta, y el sapo de Nacho Vidal de la semana pasada había tocado fondo, pero veo que no, que se ha venido arriba y parece que tiene cuerda para rato.

Me pregunto si de verdad vamos a eliminar el racismo censurando películas como Lo que el viento se llevó. ¡Qué estupidez tan grande! Fue precisamente Hattie McDaniel la primera actriz afroamericana ganadora de un Oscar por su interpretación en el clásico de 1939.

Eliminemos el legado cultural que tenemos porque si no ha pasado no ha existido. Bravo. Que íbamos a salir más fuertes ya nos ha quedado claro que no, pero más idiotas no lo descarten. Si la nueva normalidad era esto, paren que yo me bajo, porque cualquier tiempo pasado fue mejor.

Cuáanta ignorancia. Entonces ¿qué hacemos con la Ilíada?¿ Homero racista? Por favor, bromas aparte, maduren un poco y asuman la historia, y no estaría mal que aprendieran algo de ella. Esto no debe de ser lo que nos preocupe. Vivimos momentos demasiado complicados, dolorosos y duros en los que nos debería preocupar que la intolerancia, la incultura y todo lo que proclaman partidos de extremos se asiente en nuestra sociedad con tintes más radicales y peligrosos. Condeno por igual que salgamos con cacerolas y banderas como cuando salimos para hincar rodilla en tierra ante la embajada de EE UU para condenar el asesinato de George Floyd en mitad de una crisis sanitaria como en la que nos encontramos. Es una irresponsabilidad que me deja perpleja. Definitivamente, no tenemos memoria, olvidamos rápido y somos egoístas. ¿En qué momento alguien nos ha dicho que esto va de hacer vida normal, pero con una mascarilla? Como dirían nuestras abuelas, «poco nos pasa».

Vivir es urgente, pero así no.

Me pregunto qué más tendrá preparado el guionista de este año para la semana que viene, porque después de descubrir que el ego de Loquillo y nosotros no cabemos en la misma habitación, o que Miguel Bosé duerme con un gorro de papel de plata en la cabeza, me lo espero todo. No se pregunten si nos puede pasar algo más, porque seguro que la cosa empeora, y si no que se lo pregunten a los de Valladolid y al cocodrilo. Lo único que tengo claro sobre nuestro futuro es que me apuesto lo que quieran y estoy segura de que no pierdo si les digo que el último día del año se oirán muchos insultos en todas las casas al decirle adiós a este 2020.

Mientras llega el momento de mandar al infierno este año, me vuelvo otro rato a 1998 con la voz de Pau Donés y aquellos veranos en los que Jarabe de Palo era la banda sonora. Cuando crecimos, aprendimos, disfrutamos, sentimos y creo que éramos mucho más tolerantes. Visto lo visto me resulta más agradable bucear entre recuerdos en estos días que soportar a lo que nos estamos enfrentando en pleno siglo XXI. Si me necesitan para algo por allí andaré.

Sigan cuidándose; esto no ha acabado.