Es posible que no haya mucha gente que conozca la historia de Ludmila Javorova. No es la primera mujer presbítera, es decir, ordenada como sacerdote, en la Iglesia católica, pero sí es un ejemplo claro de que es posible tal ordenación y que no contraviene ningún principio teológico o divino.

Fue ordenada válidamente en 1970 en Brno, Checoslovaquia, por el arzobispo católico Davidek. Este responsable también ordenó, con el conocimiento de Roma, a hombres casados, pues las autoridades comunistas buscaban hombres solteros como posibles sacerdotes. Ante la situación de emergencia y la necesidad de las comunidades de contar con ministros ordenados, el arzobispo decidió que la ordenación de hombres casados o de una mujer era el medio para conseguir que las comunidades siguieran atendidas. Ludmila fue ordenada y ejerció durante veinte años hasta la caída del muro de Berlín, llegando a ser vicaria general de la diócesis. Tras desaparecer el régimen comunista, siguió ejerciendo durante cinco años, hasta que Juan Pablo II ordenó a Joseph Ratzinger «poner orden».

Se invalidó las ordenaciones tanto de los varones casados como de Ludmila. Sin embargo, siguieron contando con el reconocimiento de sus comunidades, donde habían servido y donde aún hoy sirven algunos de ellos.

Que Roma invalidara canónicamente las ordenaciones no les resta un ápice de valor sacramental, pues se hizo por un ministro válido del sacramento. El motivo de que Ludmila siga siendo presbítera de la Iglesia católica es el mismo por el que cualquier sacerdote ordenado varón, aunque sea suspendido, sigue siendo sacerdote. La suspensión o invalidación no elimina el carácter impreso por el sacramento del Orden, como renegar del bautismo no lo anula. Son los dos sacramentos que cambian la configuración de la persona de forma permanente. Cuando Roma invalida las ordenaciones, reconoce implícitamente su validez. Invalidar es tomar una decisión administrativa que en nada afecta al hecho en sí mismo, solo a sus efectos: Ludmila no puede ejercer de manera reconocida por Roma, pero sí puede ejercer, puesto que es sacerdote.

Roma sabe perfectamente que si un obispo ordena a una mujer o a un varón casado, esa ordenación será válida, aunque vaya contra el Derecho Canónico actual, pues la validez sacramental depende de quién lo hace, un obispo en comunión con Roma, y de cómo lo hace, mediante la imposición de manos que transmite la sucesión apostólica.

Está llegando el día en el que decisiones como la que llevó a la ordenación de Ludmila serán tomadas de manera habitual en la Iglesia. La cuestión es si la Iglesia será capaz de vivir esa mutación de manera natural o traumática.