Con estos tiempos de mudanza y confusión en el ya confuso Reino de Babelia en que habitamos; mundo donde de por sí las cosas parecen lo que no son y no son lo que parecen, y los sueños sueños son. Como muestra, valga este ejemplo: tras la zarabanda de propuestas y arbitrios para salvar el Mar Menor y del Decreto de Medio Ambiente del Gobierno regional, que pretende, según los malpensados, acabar con él, interrumpe mis pesadillas la reseña de un informe (dicen que de la UPCT) en el que se descalifican las propuestas de regeneración de la laguna con argumentos de mucho rigor científico, que pretenden evitar medidas arbitrarias.

La limitación de los ciclos de cultivo (leo o quizá sueño) no evitará la entrada de nutrientes en la laguna, los cultivos de secano y la agricultura ecológica que se proponen no está comprobado que sean eficaces, los nuevos requisitos ambientales encarecerán los productos, los empresarios agrícolas abandonarán el lugar, los cultivos de secano provocarán mayor escorrentía, las barreras vegetales de conservación y el cultivo siguiendo las curvas de nivel no tienen la capacidad de corrección hidrológica que se les supone... Aunque pese a lo antedicho, se señala que en un lugar casi llano como este no son significativas las escorrentías, para que se enteren los que se quejan de las avenidas en Los Alcázares y de los sedimentos y detritus en las aguas y arenas de la laguna.

Pero como todo no van a ser negaciones, ahí van propuestas inapelables: a corto plazo, hay que controlar el flujo subterráneo de nutrientes a través del acuífero cuaternario, no se sabe cómo; y a medio plazo, registrar la humedad con sensores o, «a nivel de parcela», reducir los arrastres de nutrientes, sedimentos y residuos, que queda dicho que no son significativos. Y problema resuelto.

Pero mientras tanto, para que nadie ponga en duda que la tierra es plana y que los seres humanos proceden de la patata, ahora que brigadas de obreros pertrechados de palas y rastrillos recogen el fango de la asendereada laguna, haría falta añadir el dictamen sobre esto que, de la propia boca del sabio Pero Grullo, recogió el malvado Quevedo: «Si lloviere habrá lodos/ y será cosa de ver/ que nadie podrá correr/ sin echar atrás los codos».

Finalmente, si es de su gusto, les contaré el cuento de la raposa que se ofreció a guardar las gallinas, o les canto la canción que dice que «por el mar corren las liebres,/ por el monte las sardinas, tralará».

Y pelillos (y nitratos) al Mar Menor.