Lo de las 'burbujas' es otra de las palabras que se han puesto de moda y quedarán siempre asociadas a la epidemia del Covid19, junto con la de confinamiento, desescalada o expresiones como aplanar la curva y el distanciamiento social. Las palabras técnicas, o la acepción técnica de una palabra común, suelen ser utilizadas por los expertos para ganar precisión, pero también para demostrar que saben más que el ignorante lego. Yo les enseñaba a mis alumnos de la asignatura de Publicidad y Comunicación Comercial en la UMU que si utilizabas una palabra en inglés, tu factura al cliente podía subir considerablemente. No es lo mismo hacer un layout que un boceto, crear un claim que un titular y el brainstorming o el briefing prometen mucho más que una 'tormenta de ideas' o el 'resumen de objetivos y condicionantes' proporcionados por un anunciante antes de empezar un proyecto publicitario.

Se empezó a hablar de incorporar dentro de una burbuja regiones o países que se encontraran en una situación similar en la evolución de la pandemia (preferentemente libres de ella) con el fin de que los ciudadanos de esos territorios pudieran circular libremente esas zonas. El concepto despertó significativas esperanzas en los castigados destinos turísticos, sobre todo en Canarias, destino habitual del turismo centroeuropeo y nórdico. Las Islas, situadas en el continente africano, han pasado por la pandemia como por un lecho de carbón ardiendo, con una mínima incidencia y una rapidez considerable. Por eso reclamaban unirse bajo una burbuja (que sería como La Cúpula del conocido relato de Stephen King) con Alemania, donde la inteligente y corajuda Angela Merkel había evitado lo peor del Covid19 con medidas drásticas y prematuras y (añado yo) un poco de la suerte que no tuvo Italia, España o Reino Unido.

Precisamente el Reino Unido ha retomado el concepto de la burbuja y lo ha trasladado al ámbito de las relaciones sociales y familiares. Las autoridades sanitarias de aquel país han dictado una serie de normas de obligado cumplimiento e imposible imposición, por la que una familia puede unirse en una burbuja con otra, facilitando así las visitas y las relaciones mutuas. Eso sí, salvaguardando la seguridad de las personas más vulnerables según una estimación de riesgo que cada unidad de convivencia debe hacer por sí misma. La relación entre los miembros de una burbuja, una vez establecida, es completamente libre. La otra cara de la moneda es que, si algún miembro de la burbuja presenta síntomas compatibles con la enfermedad, el resto debe hacerse la desagradable prueba del palito que te meten por las narices y quedarse en cuarentena casera hasta que se demuestre que ningún miembro de la burbuja ha contraído la enfermedad. Si te compensa formar una burbuja entre unidades independizadas de tu misma familia o con la vecina maciza con la que siempre has soñado intimar, es una decisión libre y soberana. De hecho, hay recomendaciones específicas del Gobierno británico para los solteros, en el sentido de que busquen pareja para formar una burbuja, que curiosamente es lo que yo vengo recomendando a mi hijo Dioni desde el inicio de la pandemia, a ver si consigo que siente la cabeza y se anime a darme algún nieto en un futuro no muy lejano.

Eso apunta, deduzco por mi parte, a una especie de censura gubernamental de la promiscuidad sexual, lo que demuestra que amargarse la vida y privarse de los placeres que ella te ofrece ocasionalmente forma parte del recetario profiláctico de cualquiera que lleve una bata blanca y se encuentre sentado en la parte opuesta de la mesa. Lo que no dice el Gobierno británico, o al menos yo no me he enterado, es qué pasa si un soltero o dos unidades convivenciales, deciden disolver la burbuja, como se disuelve en el aire una pompa de jabón. ¿Deberán comunicarlo al Gobierno? ¿deberán reflejarlo en el estado de sus perfiles en facebook?

Me temo que la cosa ni tiene ni tendrá ninguna gracia en el futuro, al margen de los aspectos irrisorios que supone la obsesión británica de dictar reglas supuestamente obligatorias para todo, de obligado cumplimiento pero sujetas a autoimposición moral por parte del propio individuo. Algo que en los países de tradición latina es prácticamente inviable. Aquí se impone el espíritu picaresco encarnado en El Lazarillo de Tormes: cuanto más me obligan a cumplir una norma, más ingenio pongo yo en saltármela. No por nada los británicos inventaron los más famosos deportes contemporáneos, como el fútbol, el béisbol o el golf, repletos de normas minuciosas, cuya elaboración denota los dilatados tiempos de ocio de los que gozaban los oficiales británicos en su leve tarea de dominación colonial simultaneada con la intensa explotación de las razas coloreadas.

La idea es, como en el caso de las burbujas físicas, que estas vayan creciendo conforme los países e incluso los continentes vayan quedando libres del virus. Empeño que, por lo visto, se asemeja a una tarea imposible si lo que se pretende la erradicación total. Incluso los expertos más optimistas dan una alta probabilidad al hecho de que el virus pueda quedar en circulación para siempre, como una de tantas enfermedades que amenaza nuestra salud cada día que sale el sol. El hecho de que haya tantos esfuerzos para encontrar una vacuna efectiva y segura alimenta la esperanza de los más optimistas, entre los cuales (todo hay que decirlo) no me encuentro. Mi optimismo razonable (que lo tengo) se basa en la idea de que sabremos encontrar las herramientas tecnológicas e incorporar las conductas colectivas, que nos ayudarán a sortear, en la mayor parte de los casos, la enfermedad o, como mínimo, sus peores consecuencias mediante los tratamientos adecuados. Y que, con un poco de suerte, esas nuevas tecnologías y esas conductas sociales, nos salven de otras causas de infección y mortalidad como la gripe anual, que de lo contrario seguirá llevándose decenas de miles de vidas todos los años, aunque de forma más discreta.

Entretanto, te invito a elegir el estrecho círculo de relaciones que debería constituir tu burbuja en los próximos meses o incluso años. Y te aconsejo que elijas con cuidado, porque es preferible estar solo y a tus anchas en la burbuja que mal acompañado.