Es sumamente preocupante la situación a la que hemos llegado en España a raíz del Covid-19. La crisis vírica nos ha introducido no solo en una crisis económica, que es mundial, sino también en una crisis ético-política.

Es vergonzoso escuchar en el Congreso de los Diputados a los líderes de los partidos. Observamos una oposición nada propositiva ni constructiva, que ha entrado en la dinámica de la difamación, del insulto y la mentira como arma política para abrirse paso hacia el poder, generando confusión, confrontación, división y odio en la sociedad. Estas actitudes de descalificación del adversario están intoxicando el ambiente social y degradando los valores humanos.

En el momento histórico que vivimos, la política está exigiendo sensatez, respeto, tolerancia, capacidad de diálogo, conciencia social y solidaridad con los más desfavorecidos. En este sentido, más allá de los errores cometidos por el Gobierno de España, reconocemos y valoramos los avances realizados, como el haber impedido los desahucios sin solución habitacional, el no permitir que se corte los suministros de agua y electricidad a quien no pueda pagarlos, la implementación de los Ertes, la constitución de inspecciones de trabajo para detectar posibles abusos, el establecimiento del salario mínimo, el ingreso de la renta básica, la aprobación de la subida de las becas universitarias y el haber bajado las cuotas para posibilitar que todos y todas puedan estudiar. Son logros que las organizaciones sociales y de derechos humanos estaban demandando.

Como cristiano apartidista observo que los programas sociales de la izquierda, siendo laicales, coinciden más con la Doctrina Social de la Iglesia que los de la derecha. Los partidos de la derecha abogan por la privatización de los servicios públicos, favoreciendo de esta manera a los más ricos en detrimento de las mayorías empobrecidas.

Los partidos de la oposición hablan de Dios, se consideran católicos, (¡nacionalcatolicistas!), sin embargo, hacen caso omiso de las exigencias del Evangelio. Sus actitudes se asemejan a la de los fariseos a quienes Jesucristo llamó «raza de víboras y sepulcros blanqueados que por fuera aparecen limpios y por dentro están llenos de corrupción». A muchos de estos políticos, cuyos partidos han estado involucrados en tramas de corrupción, y que ahora se dedican a atacar y difamar sin aportar soluciones, habría que recordarles lo que Jesús dijo: «El que esté sin pecado tire la primera piedra». Porque una cosa es ofrecer aportes para hacer frente a las crisis en orden a la búsqueda del bien común y otra es descalificar e insultar para obtener votos. Esto es totalmente inmoral y reproblable. Muchos de estos 'católicos' olvidan que Jesucristo fue condenado a muerte como subversivo por la clase poderosa de su tiempo.

Por el respeto que se merecen los muertos por el Covid-19 en las residencias de mayores y del personal sanitario en los hospitales, se debería hacer otro tipo de política donde se asuma el diálogo como medio para la resolución de conflictos y búsqueda de consensos; se promueva y defienda los derechos humanos y laborales; se desarrolle los servicios públicos, sobre todo sanidad y educación; se promueva que las empresas sean espacios de desarrollo del ser humano al servicio de la sociedad, no espacios de explotación donde se trabaja largas jornadas por salarios miserables; se abogue por una reforma fiscal seria y justa, de manera que paguen más los que más tienen y no carguen el peso de los impuestos sobre el pueblo llano; se favorezca la multiculturalidad y el respeto a la diversidad; se abra caminos a la solidaridad con los pueblos que sufren hambre y con los inmigrantes y refugiados; se asuma y ejecute acciones concretas contra el cambio climático; se opte por la igualdad de género superando el patriarcado; y se combata el racismo, la xenofobia, la homofobia y toda clase de discriminación.

La política debe recuperar su sentido: humanizar la sociedad.