A la redacción digital de nuestro portal de noticias han llegado muchos mensajes preguntándonos sobre el rescate de un anciano aislado, que vivía a orillas de una antigua laguna clausurada desde hace años.

Esto es lo que sabemos acerca de tan extraordinaria historia. Efectivamente, el peculiar personaje se encontraba en la más absoluta indigencia y, al parecer, olvidado por todos. No ha sido para menos, pues el desgraciado aseguraba ser biólogo, una profesión para el recuerdo y que hoy día solo unos pocos podcasters de curiosidades y rarezas podrían definir bien. Este señor, amante de plantas y animales, ausente durante años de su hogar, no tuvo empacho en llevar una vida subvencionada usando durante lustros un faro semiabandonado como laboratorio para transferir a una antigua y ruinosa universidad pública los resultados de sus mediciones. Era una labor monótona, regular, que debía repetirse con enorme precisión en un ciclo sin fin ni beneficios, y que muy probablemente ocasionó que el protagonista de estas líneas quedara más y más encerrado en sí mismo, más igualado al paisaje putrefacto y lleno de algas en el que vivía.

El biólogo, según adelanta el Servicio Regional de Ayuda al Bienestar Psicológico, debía de acallar mediante este inútil sacrificio toda la frustración interior que le producía haber vivido una larga existencia llena de estrecheces, sin encontrar ni seguridad laboral ni eco, ni mucho menos repercusión de sus investigaciones, en un mundo cada vez más competitivo económicamente y que ha ido, por fortuna, dejando de lado toda esa palabrería doctrinaria e ideológica de los supuestos beneficios que traería la biodiversidad por sí misma, sin rentabilidad asociada.

El pobre científico, si podemos calificar de científico a quien jamás ha producido el menor retorno económico a la sociedad que tanto invirtió en su formación, todavía manifestó al ser rescatado que estaba trabajando por construir un mundo mejor y pedía insistentemente, en su confusión, que se le permitiera seguir enviando sus informes periódicos, esos mismos informes almacenados en un servidor sin que nadie se haya preocupado de descargarlos o procesarlos. De nada sirvieron los esfuerzos de los servicios sociales para persuadirle de que su grupo de investigación ya no existía. Solo hablando con su antiguo supervisor, actualmente químico senior de una conocida pastelería patriótica en nuestra Gran Región, se le convenció de la verdad. El sujeto se encuentra desde entonces en estado catatónico severo. Los médicos lo han declarado irrecuperable.