El sistema educativo español sigue en el siglo XIX mientras hay lugares del mundo en los que ya está rozando el XXII. Es una generalización, y como todas probablemente injusta, pero no carente de realidad para los que hayan tenido relación con una institución de educación superior en la última década.

En muchas universidades el sistema de enseñanza sigue siendo el de antaño: lecciones magistrales con un manual que memorizar, reproducciones casi literales en un examen escrito, o verborrea de repetición palabra por palabra en un control oral. Es cierto que a efectos cuantitativos las horas que dedica el estudiante para poder obtener una buena calificación son incomparables, pero a efectos cualitativos no creo que hoy en día haya teoría pedagógica que sustente que la mera memoria tenga sentido para la instrucción en conocimientos sobre cualquier materia.

Hace treinta años, cuando las evaluaciones en la universidad eran exactamente iguales que ahora, internet apenas existía. Plantear que un profesional pudiera tener al alcance de su mano acceso infinito a cualquier tipo de conocimiento que se haya producido en cualquier rincón del mundo era como magia negra impensable. Hoy tenemos una herramienta llamada móvil con la que probablemente esté leyendo este artículo, o en el peor de los escenarios seguramente lo va a consultar en como máximo cinco minutos después de acabarlo. En ese aparato que utilizamos para enviar whatsapps, leer twitter y dejarnos el suelo en Amazon tenemos acceso a algo tan banal como tiendas de ropa o a algo tan profundo como cualquier compilación legislativa del mundo.

Habida cuenta de que el acceso al conocimiento, a todo tipo de conocimiento, es totalmente inmediato, dedicar el tiempo a almacenar información parece no solamente absurdo, sino también contraproducente. ¿Qué sentido tiene ser capaz de recitar de memoria el Código Civil, si ante toda circunstancia cualquier abogado sería capaz de consultarlo en menos de un segundo?

Lo que no es contraproducente, sino todo lo contrario, es entender qué hay detrás de cada palabra memorizada con calzador por esos estudiantes que siguen sometidos a la dictadura del papagayo. Que los alumnos cuando acaben una asignatura no sean capaces de repetir palabra por palabra lo que dice un determinado académico sobre una materia, pero que sí puedan analizar un texto, un caso real o una situación laboral probable en un escenario en el que ese tipo de conocimiento se tenga que utilizar. Que no se sepan de memoria el artículo 155 de la Constitución, pero que sepan cómo aplicarlo cuando corresponda.

Las Universidades españolas son desgraciadamente malas en el entorno comparado. Ni forman excelentes académicos, excepto excepciones, ni forman excelentes profesionales. La crisis del coronavirus ha obligado a un replanteamiento del sistema educativo, y sin embargo no hay debate sobre el fondo de la cuestión: mientras el mundo evoluciona, y algunas instituciones lo hacen con él, la Universidad española se está quedando cada vez más atrás.

Es imperativo que el sistema educativo español se adapte a la 'nueva normalidad' real: ésa por la que, si seguimos en este camino, tener un título por cualquiera de nuestras Universidades va a valer exactamente cero en el extranjero.

Los españoles tenemos talento. Que el sistema no contribuya a destruirlo.