La morada del Dios del Rumor, Señor de las Opiniones Gratuitas, es un magnífico edificio todo construido de cristal; una abigarrada sucesión de tonalidades de vidrio en todos los colores imaginables, de tal suerte que cuanto ocurre en su interior se llega a ver pero solo dificultosamente y nunca de manera clara. El grosor de las paredes deforma tanto la visión cuando los rayos de luz lo atraviesan que las imágenes del interior se mezclan con los reflejos del exterior en una extraña y casi onírica explosión de colores pixelados, semejante a los destellos de una linterna mágica, hipnótica, envolvente, hechicera.

Su puerta principal siempre está abierta, así como los grandes ventanales; invitando siempre a las miradas. Apenas unos cortinajes separan los espacios de un lugar a otro. El viento penetra sin dificultad a través de un laberinto cristalino de pasadizos y corredores, convertidos de repente en la gigantesca caja de resonancia de un inimaginable instrumento musical, imposible de concebir para la mente humana. Los niños, ansiosos siempre de magia, se acercan furtivamente al zaguán y susurran a la oreja de la estatua de un pequeño elefante zancudo cuya trompa acaricia la pared. Para obrar el milagro basta apenas un susurro, sobra con unas vocecitas infantiles o unas palabras leves y mortecinas. Estas atraviesan el pabellón auditivo del animal, entran en la casa, recorren los huecos y recovecos, los entresijos y el dédalo de cavidades. El sonido se amplifica, se convierte en una voluta caprichosa, va y viene, adquiere intensidad y fuerza por arte de encantamiento. De repente, de manera inopinada surge, abrupto, a través de las ventanas haciendo que las cortinas se muevan como si la casa estornudara inesperadamente. De la frase inicial, pronunciada con la mezcla de malicia y feliz inconsciencia que solo encontramos en los niños, no queda nada reconocible. El sintagma se ha convertido ahora en un producto diferente, en un grito, en un exabrupto que escapa de la casa encantada y adquiere vida propia, un espíritu aéreo que recorre países, tierras, mares. Va creciendo, adulterándose, transformándose, nutriéndose de otros rumores evadidos hace tiempo de la morada del Dios Charlatán y así juntos recorren el mundo, pues son cadenas de palabras viajeras y andarinas, a las que les complace entretener, deleitar y embaucar a todos. Uno de aquellos rumores fue escuchado y cantado en coplas por las plazas de Baldópolis y apenas tres días después, certeros cronistas registraron cómo recorrió las remotas regiones de Tartaria y Lemuria, cada vez mayor, más complejo y enrevesado.

La casa de cristal, la morada del Supremo Lenguaraz, el Fértil de Fantasía, tiene años sin cuento, es casi de tanta edad como las miradas de los primeros humanos que se regocijaron contemplando las estrellas pensando, engañados, que eran las antorchas de la noche encendidas por alguna divinidad compasiva. Pero la célebre villa también ha sufrido sus modificaciones con el tiempo. Todo aquel que se acerque a la morada del Divino Hablador tiene que pasar por una extensa zona ajardinada, mucho más moderna, pero igualmente bella. Es un rincón verde, frondoso, denso en vegetación, poblado por jóvenes pero gigantescos árboles binarios a partir de cuyo tronco, consistente en fibra de vidrio, brotan innumerables frutos con forma de unos y ceros. Crecen sin control y su ramaje, de una fluorescencia nocturna sumamente inquietante, se asemeja a los antiguos sauces llorones que antaño poblaron la tierra. Quien se adentra por aquellos caminos siente por un momento que corre el riesgo de extraviarse entre tantos senderos que se bifurcan según el patrón de prodigiosas combinaciones neuronales.

Pero no importa la dirección que se tome, siempre acaba uno dándose de bruces con una fuente que brota en el centro del jardín y de la cual nacen cuatro hilillos de agua. La fuente debe ser muy antigua, más incluso que la propia casa, y desde luego anterior al jardín de los árboles binarios. La caída constante del caudal ha acabado por desdibujar el relieve del brocal. Nadie puede decir qué representa ya. Quizá lapitas y centauros luchando entre sí, quizá muchachos corriendo por la playa llevando al trote caballos jamás ensillados ni herrados, antiquísimos heraldos de tiempos pasados en los que el Gran Mendaz era solo uno de tantos dioses que hablaban con los humanos. Pequeñas mariposas de cristal se posan sobre las ramas del bosquecillo, envuelven a los visitantes y los aturden con el sonido de sus diminutas alas batiendo el aire. Todo es un ensueño, un hechizo. Tan solo a lo lejos, y solo de cuando en cuando, se oye un grito lejano, sordo y apagado. Es como si hubieran matado a alguien, pero no nos importa.