El personal anda angustiado al constatar que, aun en momentos de grave crisis sanitaria y económica, la clase política se muestra incapaz de acordar pactos mínimos incluso sobre cuestiones que debieran ser obvias. Y en esto aparece Mario Gómez, el hombre que pacta con todos y con nadie, sobre una cosa y su contraria, que conjuga lealtad y traición como un mismo concepto y que estando en el gobierno actúa como si perteneciera a la oposición mientras, estando con ésta, dice pertenecer al gobierno. Lleva un año criticando todo lo que hace el alcalde, mientras él, como vicealcalde, mantiene empantanada toda la actividad de las concejalías a su cargo, pues al no hacer nada neutraliza la posibilidad de equivocarse aunque rabien los sectores sociales que a él mismo le toca administrar.

Vista su trayectoria, cabe deducir que entiende la gestión pública como atención a la contabilidad y al registro de albaranes en busca de desvíos que no localiza, y la práctica política como conspiración permanente y obstrucción sistemática a la labor del gobierno al que él mismo pertenece. Todo este amontonamiento es consecuencia de una aspiración incontenida: quiere ser califa en lugar del califa.

La 'fórmula Mario'. Se le veía venir (véase mi artículo «Mario Gómez va para alcalde», 11 de febrero), pero tal previsibilidad no adelantaba tanta torpeza como la que ha mostrado esta semana al pactar un programa de gobierno con la oposición (PSOE y Podemos) y, al hacerlo, romper de facto el acuerdo de gobierno con el PP que lo convirtió en vicealcalde. La 'fórmula Mario' es de una creatividad política insólita: primero pacta gobernar con el PP, y al año justo, pacta gobernar con la oposición, e intenta transmitir que ambos pactos son coherentes y compatibles, en la pretensión de que el alcalde, José Ballesta, se pliegue a aplicar al dedillo las políticas y las acciones que él ha acordado con socialistas y podemitas. Debe su cargo al pacto con el PP, y establece por su cuenta, sin contar con Ballesta, un plan de gobierno con la oposición que afecta a todas las concejalías, más un Presupuesto municipal del que queda excluido el partido del alcalde; crea de paso un gobierno paralelo que, según anuncia, se reunirá cada quince días y, por si fuera poco, pretende dar formalidad al engendro en un pleno municipal que convocará con los votos de la oposición. Está claro que el visir Iznogud quiere ser califa en lugar del califa, pero sin quitar al califa, pues no presenta una moción de censura, que sería lo propio. ¿Y por qué no lo hace? Dos razones evidentes.

Una, su partido, Ciudadanos, no ha dado el visto bueno en ningún lugar del país para un cambio de alianzas respecto a las que firmó tras las elecciones autonómicas y municipales. Está por ver que autorizara la censura en la séptima capital de España, y menos cuando Mario Gómez no puede exhibir una percha que lo justifique. A pesar de sus continuas quejas, el PP ha venido cumpliendo el pacto de gobierno, mientras Gómez, a la vista está, no ha correspondido de la misma manera. Y segunda razón: el PSOE no va a regalar gratis a Ciudadanos la alcaldía de Murcia a no ser que fuera a cambio de la presidencia de la Comunidad para Diego Conesa. Eso, de momento, no está en la agenda, y si alguna vez lo está no será porque lo pida Mario Gómez. Lo que sí se permite inteligentemente el PSOE es aprovecharse de la ambición del vicealcalde para trastocar la estabilidad del gobierno municipal e intentar descolocar a un alcalde que, se quiera ver o no, goza de un gran prestigio político y social, dentro y fuera de su partido. De hecho, Ballesta es la figura política más compacta con que cuenta el PP en la Región, de modo que la posibilidad de desgastarla es un regalo que Gómez hace gratis a los socialistas sin obtener a cambio más que un nuevo subrayado a su imagen de político que no es de fiar.

Convencionalmente, a quien en política ejerce esa función se le denomina tonto útil. El resultado del pacto Cs-PSOE-Podemos constituye, en cuando a los dos últimos partidos, una irrupción en la gobernabilidad sin gobernar, intentar que el alcalde del PP haga las políticas que la oposición le arrima e introducir desequilibrios sin asumir responsabilidades; en cuanto a Cs, en vez de proyectar su identidad, prefiere jugar a dos bandas con la inevitable consecuencia de que ninguno de sus socios confiará en la lealtad de los pactado, ya que es contradictorio.

Solo o en compañía de otros. Pero ¿este amago de golpe se ha producido por su exclusiva voluntad o hay alguien detrás que lo haya animado? A Gómez no hace falta estimularlo para este tipo de acciones, pero si alguien, al cruzarse con él, le pone las luces largas, se tira en plancha. Ciudadanos es un caos en su régimen interno, como resulta sabido, pero hay decisiones de alta trascendencia que sería suicida tomar unilateralmente. Gómez es uña y carne de Jero Moya, portavoz de la gestora regional de Ciudadanos y probable aspirante al liderazgo, dentro del círculo de la consejera Martínez Vidal y puesto en su cargo por Fran Hervías, que sigue gesticulando en la sombra. Es probable que Moya haya dado el visto bueno a este singular invento, pero si es así y dispone de un mínimo cálculo político sabrá de antemano que la experiencia acabará mal. De hecho, según fuentes del PP, Ballesta, que suspendió la Junta de Gobierno del pasado viernes para no sentarse con el vicealcalde a la misma mesa, ha llegado con Mario Gómez (no necesariamente con Cs) a lo que llaman 'un punto de no retorno'. Esto puede significar que esta misma semana el alcalde destituya a Gómez de todas sus competencias en el gobierno municipal. Para mantener la mayoría, Ballesta necesita los votos de Vox (que probablemente estaría dispuesto a apoyarlo porque adquiriría la relevancia que ahora no tiene, pues no suma con nadie, y porque neutralizaría a PSOE y Podemos) más un voto de Cs. ¿Tiene Gómez a los otros cuatro concejales de su grupo tan atados como para suicidarse políticamente con él?

La cosa es demasiado simple, pero nunca está de más que le añadamos alguna sofisticación. En Cs hay otro 'rebelde' que trae de cabeza tanto al PP como a su propio partido en el mantenimiento del pacto de Gobierno en Madrid: Ignacio Aguado, vicepresidente de aquella Comunidad, figura en la que probablemente se ha inspirado Gómez para romper el pacto con Ballesta. La parte sofisticada a la que me refiero es que si Moya, en Murcia, se viera comandado a cortar las alas de Gómez, el gesto constituiría un aviso para Aguado de parte de la dirección nacional de Cs, y esto aunque el vicepresidente pertenezca a ella o precisamente por eso. ¿Que Moya no haría tal cosa? En política no hay amigos, y menos dentro de un mismo partido. No hay que olvidar que cualquier movimiento de Cs en la actual fase hay que interpretarlo en clave interna, ya que en pocas semanas se decidirá la nueva estructura de dirección autonómica. Es obvio que Mario Gómez ha contemplado el actual 'vacío de poder' para maniobrar a sus anchas y presentar hechos consumados, y tal vez Moya lo haya dejado hacer para asegurarse su apoyo en el falso congresillo regional en que se decidirá todo desde Madrid. Pero si Moya restableciera la estabilidad de lo pactado, quizá se acreditaría ante Madrid como futuro líder por méritos propios y mitigara la impresión de ser el mandado de Martínez Vidal, para lo cual ésta también debería dejar de presumir que lo es.

En misa y repicando. Gómez (otro error) ha debido interpretar la nueva actitud de Inés Arrimadas, que en el Congreso de los Diputados ha tomado distancia del PP, para hacer lo propio en Murcia, sin distinguir que lo de la nueva lideresa no conduce a un cambio de aliados (al menos, todavía) sino a la búsqueda de una identidad propia, es decir, pretende provocar una visualización de independencia, pero sin cambiar de acera. En otro orden de cosas, lo que está haciendo Arrimadas es aprovechar el permiso de maternidad para desaparecer del mapa, y facilitar que su equipo se ocupe de hacer 'limpias' en las organizaciones territoriales sin que ella se vea afectada por decisiones que, en algunos casos, habrán de ser cruentas. La torpeza de Mario Gómez ha consistido en ponerse en el foco antes de tiempo. Tal vez no ha calculado que las noticias sobre la estabilidad del ayuntamiento de Murcia se leen también en Madrid, y en el actual contexto, en clave del futuro estratégico de Cs, cosa que está muy alejada de su particular criterio.

Aquí nadie pacta con nadie, excepto Mario Gómez, que pacta con todos para su propio interés y deja tras sí un reguero de desconfianza que va más allá de su propia persona e implica a Cs. Porque es obvio que Ballesta no es imprescindible, pero para sacarlo de la alcaldía la vía política responsable y transparente sería la moción de censura. El ingenio del doble pacto (con Ballesta y contra Ballesta; en el gobierno, pero con la oposición; con la oposición, pero en el gobierno; en misa y repicando) es esquizofrénico y disruptivo, impropio de una fuerza política madura y confiable. Una cosa es transmitir un perfil diferencial en un Gobierno de coalición, y otra muy distinta boicotearlo desde dentro aun cuando al hacerlo se desgaste la fuerza política que también pertenece a ese gobierno. Si esto se hace, además, en plena crisis sanitaria, anteponiendo la ambición personal a la obligación pública adquirida, la irresponsabilidad es todavía mayor.

Intuyo que al vicealcalde que quiere ser alcalde en lugar del alcalde le espera una probable destitución de su cargo, y Cs no podrá alegar que Ballesta rompe el pacto, pues se le ha adelantado Gómez.