No sé si les pasará a ustedes, pero cuando alguien me pregunta de dónde soy, resulta complicado definirme murciano. Máxime cuando mis orígenes familiares se remontan a la comarca del Altiplano, de una parte, y a la del Alto Vinalopó, de otra, en el interior de la actual provincia de Alicante. De ahí que integrar un sentimiento identitario, con raíces culturales ancladas en lo que pudo ser el antiguo Reino de Murcia y que pasado mañana se reivindicará como Región de Murcia, no sea nada sencillo. Y todo ello aderezado con una serie de ingredientes que traen como resultado un maridaje no siempre reconocido.

En el final de los años 70 y comienzos de la siguiente década, en plena efervescencia política desatada tras la muerte del dictador Francisco Franco, sentía una sana envidia (si este sentimiento en algún momento puede gozar de buena salud) cuando acudía a encuentros juveniles junto a compañeros de generación de otros lugares de España. Reconozco que en aquellos momentos me hubiera gustado enarbolar una senyera o una ikurriña, o sin llegar al caso de la estreilera gallega, me hubiera bastado con envolverme con la asturiana con su Cruz de la Victoria y todo, para sentir con orgullo que procedía de una tierra con identidad propia. Catalanes, vascos, gallegos y, en menor medida, canarios y asturianos, podían presumir de formar parte de una tierra con identidad propia, con su acento característico y una lengua que les distinguía del castellano.

El tramo que transcurre entre esa desazón por no reivindicar tu historia y el de pasar a festejar cada 9 de junio el Día de la Región de Murcia se asemeja a esas carreteras secundarias que parecen no llevar a ninguna parte, pero en las que encuentras verdaderos rincones escondidos para el gran público.

Nunca agradeceré lo suficiente a mi amigo Joaquín Lomba Maurandi que un buen día me regalara uno de esos libros de cabecera que todo habitante de estas tierras debiera tener en su biblioteca. No es otro que la Historia General de Murcia, de Miguel Rodríguez Llopis, publicado en marzo de 2008 por Almuzara y Tres Fronteras. En sus poco más de 400 páginas, el profesor yestero de la Universidad de Murcia fallecido en 2002, cuando apenas tenía 32 años, consigue despertar la atención de cualquier lector ávido por conocer los orígenes de unos grupos humanos ubicados en estos límites geográficos, más o menos circunscritos a lo que hoy conocemos como la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. Porque parte del supuesto de que nuestros orígenes poco o nada tienen que ver con los hombres que habitaron la cueva Victoria o los pueblos de la cultura del Argar. Ni la ocupación púnica o romana son precedentes de nuestra cultura. Nuestra romanidad no vino de Roma, sino de los conquistadores castellanos y aragoneses del siglo XIII, quienes a su vez la habían recogido de Europa.

Bien es verdad que existió una Murcia musulmana, expresión del primer estado independiente con experiencia de autogobierno, pero la ruptura que produjo la conquista castellana «fue tan profunda que ni siquiera culturalmente han quedado influencias reales de aquel período en la sociedad actual», afirma Rodríguez Llopis. Otra cuestión es que en el proceso de recuperación de la memoria escarbemos en busca de aquellos elementos que propiciaron el desarrollo de la ciencia y la cultura, la agrícola y la filosófica, en un camino de reencuentro.

De ahí que, por mucho empeño que se ponga en profundizar en un supuesto sentimiento de murcianismo anclado en una historia y un proyecto común, resulte cuando menos artificiosa la idea de una identidad regional o regionalista. Escuchar a presidentes autonómicos afirmar, muy engolados ellos, en que antes que su partido están los intereses de los murcianos, suena a frases hechas, a construcciones artificiales para endulzar los oídos de quien quiera creer esos mensajes.

En tiempos de incertidumbre y vulnerabilidad hay varios caminos a seguir. Uno es el del repliegue, el de la cerrazón, el del cobijo en un núcleo que permita mantener la sensación de seguridad frente a supuestos enemigos externos. Ya sean los chinos, los de la gripe asiática, los refugiados, los sin papeles que nos van a invadir en busca de la paguita o los del gobierno social comunista que nos quiere llevar a la ruina y que, cada mañana, se levanta pensando cómo hacer daño a Murcia. Vamos, que somos el copetín de Bullas.

Otro camino es el de sentirte parte de un mundo en el que cabemos todos. En el que la riqueza es de todos. En el que las decisiones que se adopten deben ser mirando el bienestar de todos, de quienes gozan de recursos y de quienes no los tienen. En el que cada uno de nosotros, cada una de nosotras, se sienta parte de un proyecto abierto, tolerante, justo, amable con el planeta y garante de la igualdad, tengas el color de la piel que tengas, hables la lengua que hables, adores al dios que adores, hayas nacido en un hemisferio o en otro, o bien acabes de llegar a la vida humana o te encuentres en la etapa final. En este me encontrarán.

Y si hay que ser murciano, además de ciudadano del mundo, lo seré y allí estaré. ¿Y usted?