"Yo nací en África. Por eso mi piel es negra". De esta manera arrancaba el monólogo Cartas de Color, una página inolvidable de Les Luthiers. La llorada pérdida de Marcos Mundstock en medio de la pandemia de la Covid-19 continúa presente, como una descarga de graves en el escenario de la desolación.

La humorística narración de la historia de Yogurtu, el negro africano que triunfó en Broadway, me trae inevitablemente a todo lo contrario, una canción que Billie Holliday descerrajó en 1939 para abofetear las conciencias de quienes se empeñan en animar, propagar y azuzar las diferencias. La muerte de George Floyd no deja de ser una nueva y lacerante constatación de estas tres cosas, porque habitamos la sociedad de los desiguales con una preocupante naturalidad: Los árboles del Sur dan una fruta extraña./ Cuerpos negros que se balancean en la brisa del Sur.

La canción escrita por Abel Meerpol, horrorizado tras el linchamiento de varios hombres negros, se convirtió en uno de los himnos de la lucha contra el racismo. Extraña fruta colgando de los álamos que seguimos viendo en los telediarios, periódicos y redes con una mezcla de sorpresa, indignación y, por qué no decirlo, de alivio porque ha ocurrido lejos de casa, como cuando el virus sólo mataba en China, aunque ya sabemos por nuestros muertos lo doloroso que puede ser mirar hacia otro lado.

Y seguramente, los tipos que le pusieron a Floyd la rodilla en el cuello, serían seres respetados socialmente, cachorros de buenas personas, con hijos a los que acompañaban los sábados a los partidos y madres a las que llevaban flores a la residencia cada domingo, después de recibir la bendición. Pero son racistas y violentos que volvieron a cultivar una fruta extraña: Escena pastoral del Sur Galante/Los ojos saltones y la boca torcida/Aroma de magnolia, dulce y fresco/Aquí hay una fruta para que los cuervos la arranquen. Siempre hay gente que termina perdiendo. Y siempre son personas vulnerables e indefensas. Mujeres, hombres y niños que no han tenido acceso o les han puesto una barricada social a cualquier cosa que hayan intentado. Gente sin ventanas a la educación, enfermos sin seguro, viejos a los que se aparta o viven aislados en su silencio y soledad.

Y la piel, que cuando se torna distinta, establece categorías, escalones y rangos injustos ante el tío de la porra, que se sienta en el sofá de la superioridad y discrimina con odio, cuando no con sangre: Entonces, el repentino olor a carne quemada/ para que la lluvia se junte,/ para que el viento succione/para que el sol se pudra,/ para que el árbol caiga.

Este disco dedicado se desploma sobre la aguja del picú como un bisturí sobre la piel de la desprotección. La muerte de George Floyd no es una noticia, sino otro terrible aviso sobre la fragilidad de nuestro supuesto bienestar. Una sociedad cimentada en la desigualdad no es lo mismo que un colectivo construido sobre las diferencias.

Lo cantaba Billie Holliday y después Nina Simone en otra espectacular versión de Sranger Fruit: Aquí hay una cosecha extraña y amarga.

Codazos cordiales.