Los periódicos digitales y, en general, muchas páginas webs cuentan con un apartado denominado 'Lo más leído' o 'Lo más visto'. Se trata de una sección en la que los propios lectores establecen la jerarquía de las noticias más relevantes o, al menos, de las que más le interesan a la mayoría de los internautas. Esta peculiar clasificación sorprende en muchísimas ocasiones a aquellos que se encargan o nos encargábamos de distribuir, ubicar y clasificar las informaciones en función de su relevancia para los ciudadanos, porque los asuntos que habíamos menospreciado se situaban en lo más alto de la lista. Y viceversa.

De lo que no hay duda es de que este virus maldito que lo ha copado todo desde mediados del mes de marzo, también ha arrasado en las listas de noticias más vistas en los medios de comunicación. Devorábamos las informaciones relativas al Covid-19 con la misma intensidad con la que nos preocupaba el futuro, tanto el inmediato, como el de más a largo plazo. Parece que, muy poco a poco, recuperamos nuestra vida de antes, que nuestros días se asemejan cada vez más a los de antes de los primeros estados de alarma y que regresamos, en pequeñas dosis, a la normalidad, aunque sea nueva y con mascarilla.

También se nota esta circunstancia en las listas de los más leídos, donde, si bien todo lo relacionado con el coronavirus sigue ocupando muchas posiciones del top ten, cada vez son más las noticias ajenas al bicho que se cuelan en la zona de arriba de la clasificación. Los sucesos recuperan el terreno que les había arrebatado el virus y las disputas políticas también ganan posiciones, lo que, por muy lamentable que pueda ser para algunos, no deja de ser una prueba de que todo empieza a ser como antes, también lo malo.

En realidad, este apartado de 'Lo más leído' sirve de reclamo para atraer a más lectores. Es algo así como dejarse llevar por la corriente predominante y descubrir qué hay detrás de un titular o una noticia que ha despertado el interés de tantas personas. Es la sana o no tan sana curiosidad de saber qué les importa a los demás. Es sumarse a la multitud para no quedarse atrás y ser un completo desinformado que parece un marciano que vive en otro mundo o lejos del mundanal ruido.

Son muchas las reflexiones que se han llevado a cabo y se llevarán como consecuencia de esta pandemia y seguro que la que voy a plasmar hoy también la han hecho muchos ya, pero no me resisto a divagar sobre algo que está en la calle, en los grupos de whatsapp y en el pensamiento de millones de ciudadanos que quieren una información libre, veraz, de calidad y alejada de las influencias, las manipulaciones, las presiones y de eso que tan de moda se ha puesto ahora, de las injerencias políticas.

Ayer mismo, comentaba la situación de la pandemia de coronavirus en estos momentos con mi hermana. Caíamos en los tópicos de que todo va mejor, pero aún hay que ser muy prudentes. Y nos mostrábamos, como toda la humanidad, esperanzados en que la cura o la vacuna lleguen cuanto antes, porque esta nueva normalidad que se avecina es un poco rollo. La charla prosiguió y comentamos que había informaciones muy positivas y otras bastante aterradoras, así como noticias que auguraban tratamientos curativos contra el virus en pocos meses y otras que alargaban los plazos mucho más de lo deseable. Y entonces, llegó la frase que he escuchado en multitud de ocasiones: «Perdona, hermano, porque ya sé que eres periodista, pero es que ya no te puedes fiar ni de lo que lees en los periódicos ni de lo que ves en los telediarios. Unos te dicen una cosa y otros, la contraria. Y no sabes a qué atenerte».

Imagino a muchos de los que leéis esto asintiendo para darle la razón a mi hermana. Y cuando tantas personas coinciden en una cosa, será porque llevan algo de razón, o más bien bastante.

Los periodistas tenemos la obligación y el deber de informar a los ciudadanos. La información veraz y libre es un derecho de los ciudadanos protegido por la Constitución y los lectores, oyentes o televidentes se merecen un respeto por parte de los medios de comunicación que cada vez está más en tela de juicio.

Parte importante de nuestro trabajo es reclamar responsabilidades a los políticos, que cada vez tienden más a crear su propio relato para tratar de convencernos de lo que no es o de disfrazarlo para despistarnos, para que nos preocupemos por nimiedades y nos pase desapercibio lo que nos puede importar de verdad. Y los periodistas, perdón por generalizar, caemos cada vez más en la trampa.

Esta revisión general a la que nos ha abocado el coronovirus debe llegar también al papel que hemos tenido y seguimos teniendo quienes nos dedicamos a esto de informar, reflexionar y opinar en la esfera pública. El aluvión de informaciones sobre una cuestión tan delicada y terrorífica como una pandemia, lejos de mantener informados a los ciudadanos, los ha sumido en un jaleo de cifras y de versiones contradictorias que ataca directamente hacia la credibilidad y el respeto de una profesión tan necesaria para todos como el comer. Porque una cosa es que haya pluralidad y diversidad de opiniones y otra muy distinta que encontremos tantas maneras de colorear el negro como medios de comunicación existen.

El problema es que resulta cada vez más difícil diferenciar entre lo que es información y opinión, quizá también porque la información que procede de las fuentes llega ya manipulada, pero eso no es excusa para que nos limitemos a reproducir tal cual lo que nos cuentan o para cuestionar hasta lo más evidente, que también se hace. Los ciudadanos, los que se molestan en leer periódicos e informarse por otras vías, tampoco se van del todo de rositas, porque cada vez tendemos más a escuchar nuestro canal, emisora o a leer nuestro diario favorito, lo que viene a ser lo mismo que buscar que nos digan lo que queremos escuchar. Nuestro espíritu crítico queda casi anulado por la mosca televisiva o el locutor o periodista estrella de nuestra cuerda.

Tampoco ayuda para nada la pésima situación económica que atraviesa el sector, que ve como las ventas del papel descienden de forma progresiva al imparable auge de las nuevas tecnologías, pero sigue sin dar con la tecla para rentabilizar los clics en la información que se publica en las webs. Siempre he dicho y siempre diré que la relevancia de la labor de un redactor y la repercusión que puede tener lo que publica es infinitamente superior a lo que refleja su pequeña nómina. Muchos se sorprenderían de ver lo que cobran muchos periodistas que aún tienen la suerte de contar con un contrato en un medio. Esperemos y deseamos que las necesarias futuras generaciones de la profesión lo tengan mejor.

Un episodio tan sensible como el del Covid-19 ha de llevarnos a un examen de conciencia a todos los periodistas, a preguntarnos si nos hemos dejado llevar por una u otra corriente, en lugar de pensar en los ciudadanos a los que nos debemos y para los que somos la herramienta de uno de sus derechos fundamentales. Porque corremos el riesgo de que, si seguimos liando y mareando al personal, nos ocurra como al protagonista del cuento de Pedro y el lobo'. Puede que la próxima vez que venga un bicho terrible nos nos crean y nos coma a todos. Es misión de todos, de los políticos, de los lectores, de los profesionales de todos los ámbitos y, sobre todo, de los periodistas que tengamos verdades y certezas a las que agarrarnos. Porque no todo está en conseguir ser los primeros o los más leídos.