La noche del 13 febrero de 1945 Dresde desapareció del mapa. Lo hicieron también las cúpulas barrocas de sus iglesias, protestantes y católicas. Ardió la madera de sus edificios, el mármol de sus palacios y la ciudad, conocida como la Florencia del Elba, sucumbió en una agonía que dejó 25.000 cadáveres atrapados entre los escombros. Un acto a la altura de las mayores atrocidades realizadas durante la II Guerra Mundial. De Hiroshima a Auschwitz, de los bosques de Katyn a Pear Harbol, Dresde escribe con letras mayúsculas su lugar en la historia de la infamia.

La fuerza aérea aliada llevaba años hostigando posiciones alemanas. Los ciudadanos de Berlín, Colonia, Magdeburgo, Hamburgo o Lübeck (cuyo centro histórico fue destruido también) estaban acostumbrados a convivir con las bombas. Desde Guernica, la inteligencia militar había desarrollado una nueva estrategia basada en atacar a la población para destruir al enemigo. Pero nadie imaginaba a esas alturas del conflicto que una ciudad con un patrimonio tan descomunal como Dresde fuese tan salvajemente atacada. Con esta idea, los dresdenses salieron a la calle a celebrar el carnaval. A las 22:03 comenzó el primer bombardeo. Habría tres.

El relato de aquella noche aciaga lo cuenta de forma magistral Sinclair McKay en Dresde. 1945. Fuego y oscuridad (Editorial Taurus). Recién cumplidos los 75 años del bombardeo, el autor indaga en la historia personal de una ciudad que se creía eterna, protegida por su belleza, pero que sufrió el peor destino de todas las metrópolis alemanas. Relata McKay con una prosa sencilla y apasionada cómo el día antes de la destrucción, los habitantes de Dresde temían el avance del ejército soviético, a menos de cien kilómetros de la ciudad. La esperanza de que fuesen los aliados los que tomaran la ciudad en lugar del temido ejército rojo se hizo añicos la noche del 13 de febrero cuando cayeron 4.000 toneladas de bombas. La primera oleada tenía como objetivo abrir las casas tras una fuerte detonación. En la segunda oleada arrojaron bombas incendiarias que los alemanes creyeron de fósforo. Las calles de la ciudad se convirtieron en un infierno, alcanzando los 2.000 grados. Una tercera oleada, a la mañana siguiente, remató a los pocos supervivientes que quedaban andando como sonámbulos por el infierno.

Pero el libro del historiador británico no es solamente una crónica militar de los hechos. McKay acude a los diarios íntimos de las víctimas y nos acerca a las horas más terribles la existencia de la ciudad. Rescata a Victor Klemperer y su mujer, judíos que habían sufrido las peores vejaciones posibles durante el nazismo y que se mantenían con vida por puro azar. La noche del bombardeo las explosiones separaron al matrimonio y volvieron a encontrarse a kilómetros de distancia. O la historia del circo Sarrasani, el más famoso de Alemania, que se incendió liberando a una multitud de bestias, osos y leones entre ellos, que corrían despavoridos por las calles, envueltos en llamas como animales mitológicos. Se introduce también en los refugios antiaéreos, donde perecieron la mayoría de los ciudadanos, al convertirse el aire literalmente en fuego. O el testimonio de Kurt Vonnegut, soldado estadounidense que iba a ser fusilado al amanecer pero que se vio liberado entre los cadáveres de sus captores y un montón de escombros. Escribió luego Matadero cinco, una novela satírica que recoge las escenas más tristes de aquella noche. Fue una muerte implacable para familias enteras. Nazis y alemanes ausentes de todo tipo de ideología.

En el mundo que retrata McKay no hay buenos ni malos, solo víctimas. Se acerca también a los pilotos de la RAF, la fuerza aérea británica. Eran soldados atemorizados que habían visto la muerte de cerca. Para ellos, el bombardeo de Dresde no representó más que un día de trabajo.

Esquivaban a la parca a miles de kilómetros de casa sobrevolando al enemigo y siendo recibidos con metralla. Muchos habían visto morir a sus compañeros con heridas atroces. McKay nos acompaña también a la reflexión que se hacían los mandos aliados sobre el sentido de aquel bombardeo. ¿Aceleraría la muerte de toda una ciudad el final de la guerra? ¿Salvaría la vida de miles de soldados aliados 4.000 toneladas de explosivos? ¿Fue una venganza de Gran Bretaña tras los incesantes bombardeos que había soportado Londres o la destrucción de Conventry al inicio de la guerra? ¿Mereció la pena el sacrificio de una civilización exquisita como la nacida a orillas del Elba?

El libro no responde a las cuestiones, pues su labor es más elevada. Da los instrumentos necesarios para que sea el lector no ya el que juzgue la historia, sino el que entienda el porqué de aquella masacre. Dresde soportó, en una lenta reconstrucción, cuarenta años de dictadura comunista. McKay finaliza en la Frauenkirche, la iglesia luterana cuya cúpula representó la mayor muestra arquitectónica de la ciudad. El edificio se reconstruyó en 2005, en parte gracias al dinero aportado por asociaciones británicas.

Dresde. 1945. Fuego y oscuridad no deja que olvidemos el mundo del que viene Europa. No el que destruyó Dresde, sino el que fue capaz de volver a ponerla en pie.