En sus 209 años de existencia, nunca la Real Academia ha fallado en sus citas con las epidemias, daño o desgracia que afecta a gran parte de una población y que causa un perjuicio grave. Si bien es cierto que hoy sus quehaceres son distintos a los que marcaba el siglo XIX cuando el gran médico murciano don Manuel Alarcón y Tornero, dos veces presidente de la misma, y acreedor de una estupenda biografía por parte de don José Ballester (Entre los buenos y los malos. Estampas de la vida del médico Alarcón". Academia Alfonso X el Sabio. Murcia, 1975), decía: «En tiempos de epidemia, la Academia deja sus actividades científicas y literarias para acudir a las calles y lazaretos a cuidar de la humanidad doliente».

La Academia aporta seriedad y rigor en sus decisiones puesto que, como foro multidisciplinar, ajeno al corporativismo y al margen de la lucha por el poder, la constituyen profesionales que han demostrado experiencia y madurez en sus respectivos campos, y están llamados a actuar como consultores ecuánimes de ese inestable equilibrio entre ciencia, ética y gestión sanitaria sobre el que pivota la moderna asistencia médica. Bien es cierto que algunos de sus miembros, todavía en activo, ocupan puestos destacados en las 'trincheras' que disparan contra el coronavirus, penúltima epidemia hasta ahora, y que desgraciadamente seguiremos sufriendo durante un tiempo.

Los que ya hemos pasado de las ocho décadas de nuestra vida, recordamos la famosa epidemia de tifus exantemático de 1941, más conocida como la del 'piojo verde', por ser éste el vector transmisor de la rickettsia. En esta epidemia fallecieron personas importantes, como el magnífico cirujano valenciano don Manuel Corachán, catedrático en Barcelona y jefe del servicio de cirugía del hospital de San Pablo. Los niños de la época recordamos con horror el famoso 'peine espeso' (como un polo de limón, más corto y aplanado), así llamado por lo unidas que iban sus púas, que arrastraban la tierra, los piojos y sus huevos de nuestras cabelleras y que, dada la ilusión de nuestras madres por acabar con la epidemia, lo hacían con tal entusiasmo que terminaba la sesión con dolor, sangre y lágrimas.

Lo bueno para aquella epidemia era el insecticida dicloro-difenil-tricloroetano, más conocido como DDT, pero éste era para las trincheras y almacenes militares,y aquí no llegaba.

La gente, siempre más dispuesta a creer en la rumorología que en la información oficial, hizo de aquella epidemia algo monstruoso.

Tuvo que salir la Academia a poner orden y credibilidad convocando en una mesa redonda todos los actores que llevaban su lucha, como eran los médicos de los pueblos más afectados (Águilas, Lorca, Blanca€). El jefe de Sanidad, en aquel entonces el doctor Novillo, no escatimó palabras de agradecimiento para la Academia y para los médicos asistentes.

Sesenta años después, otra gran epidemia angustió a Murcia, la mayor del mundo con 700 casos de legionella, y sólo tres muertos. Otra vez salió a la palestra la Academia para evitar un montón de procesos judiciales que se preveían arrolladores para los juzgados. Esta vez, el agradecimiento lo manifestó el entonces consejero de Sanidad, don Francisco Marqués.

Hoy, confiados en nuestras posibilidades sanitarias, nos ha pasado con lo del coronavirus lo que decía Manuel Alcántara, gran articulista ya fallecido, desgraciadamente, del vecino de Noé cuando salió de su casa, miró al cielo, y dijo: «Como siempre, esto serán cuatro gotas», y se volvió a encerrar. Noé se quedó fuera terminando su Arca.

No desconfiemos de nuestros servicios sanitarios; en la actualidad cada año mueren en el mundo casi dos millones de personas de solo cuatro enfermedades: tuberculosis, VIH, cólera y sarampión; de esas, solo percibimos algún coletazo sin importancia, gracias a esos servicios. Hoy, ante la epidemia, la Sanidad actúa como una flota de guerra con un gran portaaviones (los hospitales con UCI) protegidos por destructores y lanzatorpedos que van recogiendo los náufragos y protegiendo al portaaviones para que nos lleve a la victoria final.

Recordemos que la Salud no tiene precio, paro la Sanidad tiene un alto coste: del 5% al 10% del PIB. Pero este es problema arduo que dejamos para otra ocasión.

Mi más cordial felicitación a todos los actores sanitarios y políticos, especialmente al consejero de Sanidad, doctor Villegas que está llevando tranquilidad, aplomo, credibilidad y buen hacer a todos los murcianos. Cuando esto pase, la Academia, junto a especialistas imparciales y convincentes, como siempre ha hecho, sacará las conclusiones adecuadas y pondrá a cada uno en su sitio.