Los datos que nos aportan los evangelios no dejan lugar a dudas: con Jesús andaban muchas mujeres. Unas habían venido con él desde Galilea y otras se sumaron por el camino y ya en Jerusalén. En los sinópticos tienen, además, el honor de ser las primeras en recibir el anuncio de la Resurrección. Especialmente María Magdalena, que es la única persona que disfruta de un cara a cara con el Resucitado antes de lo de Pentecostés. Este dato es de una importancia radical, pues la Iglesia que se va a conformar tras Pentecostés está basada en el anuncio de la Resurrección y este anuncio solo lo pueden dar quienes han sido testigos de la misma. Ahora bien, parece que Jesús ha querido que quien pueda testificar su Resurrección sea quien haya conocido su vida desde el principio, desde Galilea. La Resurrección no se puede desconectar del compromiso por el Reino de Dios.

Las mujeres que seguían a Jesús son quienes pueden atestiguar que aquél que predicó el Reino y fue ejecutado por ello es el Resucitado. Por eso, el testimonio de las mujeres es el que permite fundar la Iglesia; la Iglesia se funda por las mujeres y en su testimonio. Luego vendrán los hombres a ponerse los honores, pero son ellas quienes han creado la Iglesia, pues ellas han estado desde el principio en la construcción del Reino.

En poco tiempo, sin embargo, los varones de las comunidades supieron hacerse con el control de las mismas y comenzaron a aplicar sus prejuicios patriarcales y machistas sobre el grupo entero. Pronto, demasiado pronto, los Doce se hicieron con el control y a ellos se sumaron otros que, incluso, habían abjurado de Jesús, como es Santiago, el hermano del Señor, que se hizo con el gobierno de la Iglesia en Jerusalén e impuso una visión menos acorde con las tradiciones del Reino que venían desde Galilea con las mujeres.

Las mujeres son las guardianas del proyecto de Jesús, del Reino de Dios. Lo vemos en las parábolas que están pendientes de lo pequeño y de lo impuro. Y lo vemos en los grupos de ayuda, en esas comunidades creadas desde Galilea hasta Jerusalén en las que los últimos y las últimas se encuentran para crear una realidad alternativa al orden imperial patriarcal. Quizás, si hoy la Iglesia fuera una realidad más femenina, estaría centrada en el proyecto de construir el Reino, un lugar de misericordia y compasión donde los últimos y descartados sociales tengan su lugar eminente. El juicio, de existir, no será en función de dogmas y preceptos, el juicio será sobre la compasión ejercida con los últimos de la Tierra. Por eso eligió Jesús a muchas mujeres para que le acompañaran en su misión, ellas saben del cuidado y la compasión, elementos esenciales del Dios verdadero, que es más mujer que varón.