Nada nos atosiga más que la incertidumbre. Cuándo, cómo será o en qué circunstancias nos va a cagar la moscarda es algo que habita en nosotros desde que descubrimos de chicos el terror que nos entraba por el cuerpo cada vez que teníamos que atravesar una puerta en la oscuridad o rodaba una pelota por las escaleras del garaje y había que bajar a recogerla. Esta pandemia nos ha traído la incertidumbre para hacernos un traje a medida, aunque el espectáculo tenga que continuar.

Espacios vacíos./¿Para qué vivimos? escribió Freddy Mercury en un legendario alegato que se convirtió en el himno de quienes no quieren rendirse: ¿Alguien sabe lo que estamos buscando? Durante dos meses hemos leído hasta las etiquetas del Sanytol, descubrimos rincones desconocidos de la Protección Oficial: terrazas comunitarias con más kilómetros que Forrest Gump y prácticas de boxeo con tu sombra. Hemos descolgado los calzoncillos a la bicicleta estática, para descubrirnos ciclistas de habitación imaginando que ascendíamos la Croix de Fer con Valverde. Detrás de la cortina, en la pantomima. Mantenga la línea.

Nosotros, los humanos del Sur de Europa tan habituados al roce, al abrazo sentido o no, a hablarnos de cerca y a gritos, a beber a morro una docena del mismo sitio y meter la boca en el grifo, hemos tenido que acostumbrarnos a mantener los pies quietos detrás de una raya, una pegatina o un brochazo pintado en el suelo de cualquier tienda. ¿Alguien quiere aguantar más? El espectáculo debe continuar. Por eso, con el desfase, es normal que nos sintamos raros pisando las calles nuevamente, porque el sentimiento de incertidumbre, combinado con el de la libertad, produce una grieta imperceptible que sólo vemos en la intimidad del espejo: Mi maquillaje puede estar descamado, pero mi sonrisa aún permanece.

La metáfora de la canción de Queen se hace evidente al descubrir que somos muy vulnerables cuando nuestra sonrisa se ha convertido en mueca. Porque a lo mejor, después de esta mierda salimos con el resumen hecho y nos hemos dado cuenta de que nuestra lista de contactos telefónicos se ha reducido a mínimos vitales, porque sólo llamamos y nos escribimos con los que nos importan de verdad. Puede que haya habido gente catorce horas metida en Zoom y se han convertido en los héroes del barrio y en estrellas de la exhibición. Puede que algunos encontraran en el confinamiento el sitio donde han nadado más felices que Dory, pero estos días me estoy cruzando con personas que, como dice la canción, lo dejarán todo al azar.

Cantaba Jarcha una combativa copla que se llamaba Cadenas. Sus versos decían: Libertad, qué gran palabra para el preso:/carcelero, tú nunca podrás gozarla. Y este principio de incertidumbre que a veces nos hace estar eufóricos y una hora después nos pone a llorar, como cuando matan a la madre de Bambi, debe ser otra manera de aprender todo lo que desconocíamos: Fuera está amaneciendo/pero en la oscuridad me muero por ser libre, canta Freddy Mercury desde su corazón roto: Mi alma está pintada como las alas de las mariposas. / Puedo volar, mis amigos.

Seguramente como todos los que añoran hundir los pies en la arena de la playa. Y los que se han tenido que acostumbrar a ver a su madre en una residencia a través de una pantalla y ahora van de visita individual. Todos los que cada día han combatido con la muerte sin la protección adecuada, que se han puesto enfermos en los infiernos UCI y se han quedado en el camino por cumplir con su vocación. Y los que ahora recorren los cementerios para llorar por esta vida descosida que ha escrito miles de nombres con letras de mármol.

The show must go on, amigos, dice el disco dedicado. El espectáculo debe continuar y me enfrentaré a él con una sonrisa, porque nunca me rendiré.

Codazos cordiales.