José Roberto El Macho Figueroa inventó el trallazo. Cogía carrera mirando la pelota. El estadio enmudecía. La barrera se encogía hasta la pequeñez, casi hasta desaparecer entre suspiros, persignaciones y ojos cerrados. Figueroa se aproximaba no muy rápido. El portero fijaba los pies en el suelo intentando adivinar por dónde iría esta vez el chut. Y El Macho enganchaba con su derecha y su nueve a la espalda, arriba, alto y pimentonero, un zarpazo de potencia pura hecha fútbol dejando el eco del chut recorriendo las calles del barrio de La Fama, con el interior del empeine mientras el escorzo de su lanzamiento le hacía digno de la imagen que mejor describe este maravilloso deporte. Mano atrás, codo encogido, rodilla al frente, baile a media vuelta y el balón hacía una subida y bajada que los brasileños denominan folha seca, pero que con El Macho alcanzaba el paradigma de llamarse como él. El balón hacía un Figueroa. No he vuelto a verlo nunca. Aquel día que el larguero devolvió la tralla del Macho hasta más allá del medio campo se batió una marca que el fútbol no verá nunca superada.

Aquel balón rompió la red de La Condomina muchas veces. Tantas como lo rememorábamos en el recreo a la escucha de nuestra propia narración del golazo del 9 pimentonero, ídolo de los carnavales, cuando la mitad de la clase de tercero iba disfrazada del futbolista del Real Murcia que rompía las redes con sus trallazos. Algún larguero también rompió El Macho. Nadie podrá negarlo. Lo hemos visto desde grada alta, con olor a puro y una regalicia en las manos, sobre almohadilla roja de plástico y El Panadero de Archena animando justo antes de empatar el partido. Cuando los ídolos son ídolos es cuando creemos en todo. Nosotros creíamos en Figueroa. Creíamos en su magia. El goleador del mejor Murcia de la historia era un mito. Verle saltar al césped de La Condomina y pensar que iba a perforar las redes de la portería.

Nos hemos despedido de él sin hacerlo porque los ídolos se quedan para siempre. Contaremos sus historias. Y nuestros hijos contarán esas mismas historias. Es el fútbol eso mismo hecho cultura, guste más o no guste nada. La puerta número de 9 de la Nueva Condomina debería quedar con su nombre, en modo del agradecimiento de la ciudad, más que por sus goles, por aquellos sueños de miles de niños que se disfrazaban de Figueroa y creían en él.

Agradecido a Murcia, su vuelta para la celebración del centenario le devolvió gran cariño. Me consta que lo sentía, gracias especialmente a quien le convirtió en murciano para siempre, don José Pardo Cano. Roberto El Macho Figueroa, el delantero que tiraba faltas y perforaba las redes, jugó en el Murcia y marcó 22 goles en Primera División. Gracias, Macho. Vale.