A Messer Giorgio Vassari

Personas piadosas y amigos comunes de entrambos me han referido vuestro interés por conocer fiel y verazmente las vidas de los grandes artistas. Me han contado que ahora os encontráis en Roma con vuestro amigo Francesco Salviati estudiando las obras del gran Rafael Sanzio y entre mis buenos amigos no falta quien dice que, andando el tiempo, seréis el mayor erudito, historiador y artista del país.

Siendo ese el camino que Dios os ha puesto delante para que elijáis me he atrevido escribiros unas breves líneas que probablemente sean de vuestro agrado. Yo no supe del divino Rafael más que por la fama de su vida y las circunstancias, extraordinarias y milagrosas, que según dicen concurrieron a su muerte, pero sí traté, y mucho que lo hice, creedme, aunque por poco tiempo, a la persona que mejor lo conoció en vida mortal. Habiendo sido desde la infancia fiel a la llamada del Señor, amé desde lo más profundo la vida a Él dedicada, y aunque poseedora del buen nombre que sin duda conocéis, del cual por modestia no deseo blasonar, pronuncié mis votos en este monasterio de Santa Apolonia. Por entonces, hace ya sus buenos años, vino a vivir piadosamente entre nosotras una persona tan bella como un ángel pero tan desgraciada que en sus ojos concentraba todo el dolor que un corazón de mujer puede soportar y que yo solo había visto en el rostro de la Madre de Nuestro Salvador.

Su nombre, señor, como habéis podido suponer, era Margherita Luti, una bella perla conocida por muchos como la Fornarina; y sí, fue la amada, que no la amancebada como la lengua de los maliciosos proclama, de Rafael Sanzio. El decoro y el pudor, me dijo, la habían movido a refugiarse detrás de nuestros muros. El poco tiempo que compartimos fuimos amigas y enamoradas en Cristo, y juntas como buenas confidentes hablábamos mucho de la vida futura, de la morada del Padre que nos recibiría y desde cuyas cornisas y ventanales veríamos la inmensidad y perfección del cielo, tanto como la pequeñez e insignificancia de esta fábrica del mundo que a muchos tanto deslumbra porque es una hoguera en la que toda vanidad prende. Leíamos juntas obras piadosas, y aún incluso, un poco a escondidas, algunos libros de conocimientos profanos que conmigo traje, un poco de Ficino, mucho de Dante y algunos poemas de Petrarca que tenía a buen recaudo de miradas extrañas.

Pero ni el bálsamo de las buenas letras, la contemplación de las tablas y pinturas que a este monasterio trajeron nuestros nobles valedores y mecenas, ni los bellos y cristalinos motetes que ejecutaba nuestro coro durante las misas, nada, en fin, podía apartar de sus ojos la melancolía y la tristeza. No eran pérdida y dolor corrientes aquello que la afligía en su viudedad, así me atrevo a llamarla, viudedad, pues aun no habiendo estado casada con el gran artista, bien que hubiera podido proclamarse su esposa ante los ojos hipócritas que viven en el mundo por el mucho amor que entre sí se tuvieron.

Lo que yo creía que era añoranza de una casa celestial, deseo de beber, como la cierva, de los arroyos que cruzan verdes praderas, y de contemplar el armonioso concurso de las almas entonando cánticos de alabanza ante Aquel de quien todo tomó su origen, ante Aquel que es modelo y patrón arquetípico e imperecedero de cuanto se mueve a sus pies, de cuanto es mortal y pobre imitación de su grandeza; lo que yo creía que era ansia de aquella perfección eterna que todo lo alienta, era en no menor medida la nostalgia por el amor más puro que sentía por el divino Rafael, quien quizá fuera en verdad un enviado de los cielos para hacernos conocer a Dios a través del lenguaje del arte, pues señor, de él dijo Ludovico Ariosto que era capaz de conferir vida y hálito humano a sus creaciones. A su muerte, tan joven, el mundo de los astros se trastornó y la tierra tembló con fuerza, el sabio Pietro Bembo compuso versos tremendos afirmando que era como si la Naturaleza quedara huérfana, sin su portavoz, y que, tan conmovida y alterada como la vimos, quisiera morir con él. Margherita sufrió tanto como la misma Naturaleza, pues ella fue quien le inspiró amor al artista desde lo más profundo de su ser corporal y material, desde lo más profano y vulgar si se quiere, hasta lo más espiritual y elevado.

Margherita misma me refería que a Rafael sus bellas facciones le servían de modelo para el rostro de Nuestra Señora, pero también, mostrándose aquí más humana y amante carnal, me contaba cómo la pintaba desnuda apenas llevando una perla y portando un anillo símbolo de su fidelidad y cómo en otra ocasión, espiritual, pura y bella, la pintó honesta y cubierta de un albo velo. El círculo completo del amor, profano y espiritual por igual, será siempre la vía más perfecta de conocimiento para llegar a nuestro Señor.

Messer Vassari, no permitáis que nadie ponga por escrito cosas necias u obscenas de mi añorada perla, la bondadosa Margherita, que abandonó su envoltura mortal consumida por unas fiebres no mucho después de entrada en este convento, y que estará ahora gozando en la inmortalidad del amor, que es inextinguible y eterno, aliento permanente de la Creación.

Sor Caterina Lizzi,

monasterio de Santa Apolonia.