Me han mandado un vídeo de un enfrentamiento, verbal y callejero, entre una facha y un anarquista que tiene más miga de lo que parece. Anónimos los dos, pero respondiendo cada uno, perfectamente, a los respectivos arquetipos: la una, con ropa buena y bien planchada, gafas de marca, y aunque no venía de la peluquería en ese momento, con el pelo arreglado. La bandera de España puesta en modo foulard, ideal con la camisa blanca.

El otro, con camiseta no precisamente de Fendi, y pantalones de chándal con bolsillos reventones. Pero el atuendo es lo de menos. Lo que llama la atención es la actitud del chico, a diferencia del tono de los otros, que gritaban lindezas como «muerte al Rey y a sus hijas» y otras perlas finas de igual calibre. Este chico preguntaba a la señora para qué quería una monarquía, como si le preguntase para qué quieres una cebra en casa, o de qué te sirve a ti un camión de bomberos. Hombre, el contexto, nada pacífico, hace que el tono de la pregunta sea el propio del enfrentamiento: a grito pelado. Pero la pregunta la hacía el chico de buenas. Como si quisiera quitarle la venda de los ojos a la otra.

Ni mucho menos voy a convencer yo a nadie de las bondades de la monarquía. Lo que yo sé, qué lástima, no llega a tanto. Y quizá sea mejor tener una república. Pero a mí me gusta tener monarquía.

Hasta que empecé la carrera no sabía muy bien qué hacía el Rey, además de inaugurar monumentos y dar discursos. Pero en aquel momento me tocó examinarme de Derecho Político, y aproveché para devorar las funciones del Rey. La mayoría institucionales, ya se sabe. Una, sin embargo, me entusiasmó. Reflejaba lo que yo pienso del Rey o de la Corona, y es que representa la unidad y permanencia de nuestra pequeña nación. Ese mismo reino en el que, en otros tiempos, no se ponía el sol.

En otras palabras, que no somos un accidente demográfico, que somos una nación histórica. Te puede gustar más o menos el Rey de turno, pero que haya alguien, de carne y hueso, que dinásticamente desciende de los Reyes Católicos, y a su vez de todos los territorios que formaban las antiguas coronas de Castilla, Navarra y Aragón, a mí me parece algo mágico. Por nada del mundo renunciaría a esa parte de mi identidad.

Y a pesar de lo que dicen algunos pateadores de la historia, de que la línea dinástica de los Austrias poco menos que se extinguió con Carlos II, de no haber sido Felipe V sobrino nieto de Felipe II (nieto de su hermana María Teresa), nunca habría podido aspirar al trono de España. Sería otra rama y otra dinastía, pero seguía siendo descendiente legítimo. Al fin y al cabo, el derecho a ser Rey y a ocupar el trono también forma parte del caudal hereditario. Pero eso es otra historia. Hasta aquí, las principales razones de mi gusto la monarquía. No se las impongo a nadie.

Y aquí viene lo bueno: si se me planta delante Francisco Umbral, que se definía a sí mismo como de izquierdas, porque ser de izquierdas, según él, suponía estar de renovación continua, puedo estar segura de que mis convicciones empezarán a temblar desde que ese intelecto abriese la boca. Nada de lo que diga va a pasar por mi mente sin jalear mis ideas. Y puede que hasta alguna de ellas cambie ligeramente de posición, o que se rompa en mil pedazos cual jarrón chino estrellado en el suelo.

Pero si la pregunta viene de este chico, la que quiere quitarle la venda de los ojos a él, soy yo. Y lo que pienso es que ha sucumbido al discurso baratero de cuánto nos cuesta el Rey y vaya vida que se pega. Es una obligación de todos que el Rey cumpla su función, porque aunque represente nuestro reino, la nación la formamos todos. El discurso antimonárquico nunca podrá convencerme para quitar al Rey y poner a un tontaina a representarme, que eso es lo que quieren.

Y ahí es donde veo el quiebro del argumentario del chico. Para qué quieres una monarquía, dice. Pues para que quien me represente, al menos yo sepa de dónde viene. No sabe el chico que los antimonárquicos lo son porque el Rey no es su amigo. Que les trae al pairo el Rey, mientras toquen alguno de sus privilegios. Y como Roma no paga traidores, convencen a estos pobres de que todos los problemas son culpa del Rey. Suerte que mis ideas no están en venta. Viva el Rey y la nación que representa. Viva España