Hemos tenido la dicha de haber venido a este mundo. Aquí solo estamos unos cuantos años. Hay personas que han venido al mundo sin saber por qué viven ni para qué viven. Se implican en negocios como si éstos fueran eternos, hacen dinero, especulan, engañan y se divierten sin importarles el sufrimiento de los pobres. Unos viven acumulando capitales mientras grandes multitudes pasan hambre. Otros cotizan en la industria armamentista, enriqueciéndose con la venta de armas y las guerras sin importar la destrucción y sufrimiento que éstas ocasionan. En nuestros países del norte global muchos viven atrapados por el consumismo, obsesionados por comprar y acumular ropas, calzados, cosméticos y tecnologías último modelo mientras se muestran indiferentes o contrarios a la acogida de inmigrantes y refugiados, considerándolos como extraños.

Pero todo pasa. Llega el final de la vida y todo se queda aquí. «Al atardecer de nuestra vida seremos examinados del amor», proclama San Juan de la Cruz. ¿Qué has hecho de tu vida? ¿A qué la has dedicado? ¿Qué hiciste por la humanidad sufriente? ¿Qué aportaste para que el mundo sea más justo y humano? Entonces nos daremos cuenta de la oportunidad perdida en este lapso de tiempo que vivimos en la historia. ¡Qué ciegos e insensatos fuimos! dirán algunos.

Lo cierto es que todavía estamos vivos. Todavía estamos a tiempo de volver a renacer, no importa la edad que tengamos. Todavía podemos rectificar, cambiar de rumbo y contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, para que este mundo sea más humano, más solidario y más respetuoso con la naturaleza.

Hemos herido a nuestra madre Tierra. Y por eso ella protesta. Hay fenómenos que nos desafían. En unos lugares, lluvias torrenciales que provocan catastróficas inundaciones; en otros, sequías que son causa de hambre y mortalidad infantil; en otros, devastadores incendios; en otros, copiosas nevadas nunca antes vistas; y en otros, gente huyendo del hambre y muriendo muchos de ellos en los desiertos o ahogados en el Mediterráneo.

Aparecen nuevas enfermedades que flagelan a la humanidad. Los científicos alertaron hace años que la pérdida de biodiversidad y la creciente contaminación acarrearía el surgimiento de nuevos virus. Apareció el sida, después el ébola y el sras, y últimamente el coronavirus, y después ¿qué vendrá? Evidentemente, algo está funcionando mal. El sistema dominante, el capitalismo neoliberal, está flagelando a la humanidad y destruyendo la Tierra. Ha convertido el dinero en un dios y a los seres humanos en piezas serviles del sistema. Los poderes económicos controlan los destinos de la humanidad, saquean los recursos naturales y sus Gobiernos promueven guerras e intervenciones militares, generando destrucción y muerte.

«Este mundo necesita un cambio», señala el papa Francisco. «Un cambio real. Un cambio verdadero», añade. San Óscar Romero decía que «hay que cambiar de raíz todo sistema de muerte para que florezca la vida». Este mundo está urgido de un nuevo modelo socioeconómico justo, equitativo y profundamente humano donde el bien común y los servicios públicos estén por encima de los intereses privados, y donde se cuide con responsabilidad y ternura la Tierra, nuestra casa común, para que florezca la vida.

Algunos, en vez de luchar por un mundo mejor se radicalizan en una extrema derecha destructiva o se refugian en la religión, pero ¿qué religión? Una religión intimista, pietista, de normas y ritos, no en una religión ético-profética, reinocéntrica, como fue la de Jesús, quien vino a forjar un hombre nuevo, una mujer nueva, renovados en el espíritu, que sean agentes de transformación del mundo, de la realidad social, económica, política y ecológica, de manera que se viva la voluntad de Dios «así en la tierra como en el cielo».

Necesitamos una actitud de silencio interior para desentrañar y poner de relieve las injusticias y contradicciones del sistema hegemónico. El silencio es un espacio donde se percibe con más claridad las verdades y mentiras que a diario aparecen en los medios de comunicación y redes sociales. Este mundo, para que tenga viabilidad, necesita silencio interior y silencio planetario, para ver los acontecimientos de la historia con ojos nuevos, con los ojos de Dios y no con los ojos contaminados del sistema capitalista.