Las fases de desescalada de la crisis coronavírica van avanzando. A trancas y barrancas, asimétricamente, entre fallos y aciertos, pero ahí van, a base de normas, leyes, riesgos y cautelas, y meteduras de pata, que de todo hay. Desde que empezó el confinamiento con el cuento de María Sarmiento, he ido acompañando semanalmente esta crónica desde el paso del tiempo, que no del virus (dado que el virus no ha pasado, pues sigue entre nosotros), pero durante más de dos meses mi tema ha sido ajustado al monotema, y pienso, no sé, quizá, que será ya tiempo de ir introduciendo otros de distintos intríngulis, a fin de volver a empezar los que dejé atrás y comenzar a desgranarlos en esta nueva normalidad.

Y hablo de la nueva normalidad porque es posible que tras las últimas etapas del citado desconfinamiento, nuestras existencias tengan que centrarse en convivir con el virus, y no a esconderse del virus. Quizá debamos aprender a evitarlo, pero no a ocultarlo, puesto que nos va a acompañar hasta que la vacuna nos separe. Y aún así, siempre estará ya con nosotros. El mensaje último es claro: seguimos inermes ante el bicho, no estamos inmunizados, al igual que al principio, en un 95% somos presa fácil de la infección. Tan solo se ha conseguido (y tampoco es poco) no sobrepasar nuestra capacidad de respuesta sanitaria, no desbordar nuestro sistema de salud, y además, a un costo brutal, tanto económico como en vidas humanas. Y este precio ha sido tan enorme que no nos permite seguir batiéndonos en retirada (quedatencasa) si no plantar y plantear la batalla a campo abierto, desde la vida normal, que ya no digo yo natural.

Con la experiencia conseguida en estos meses de replegamiento, las armas que más a mano tenemos, y la prudencia e inteligencia que seamos capaces de desplegar, habremos de plantarle cara en nuestro día a día, hasta que sea definitivamente derrotado, si es que existe (yo no lo creo) la derrota absoluta. Sabemos cómo y dónde ataca a las personas, así que la estrategia es relativamente sencilla: no acudir en lo posible a tales trampas, y procurar no promover, también en lo posible, tales situaciones. Tan solo que con esas precauciones tendremos media guerra ganada. Otra cosa, claro, es que esas bandadas que vemos de jóvenes alucinados y adultos descerebrados nos introduzcan un caballo de Troya que nos haga atrasar todo lo adelantado, y nos devuelva al principio del conflicto. No obstante a eso, repito, es mejor aislarlos a ellos que aislarnos a todos. Lo primero es una solución, lo segundo es un suicidio. Y eso solo puede conseguirse de una sola y única manera: con algo de educación y con mucha cultura.

He leído por ahí que en México es tal desastre en ese sentido que los hospitales han tenido que desarrollar sistemas eminentemente prácticos como instalar camas-ataudes de cartón reciclable. Si el enfermo sale con vida, se marcha a casa y el artefacto se quema, y si la espicha, se le coloca la tapa y todo al hoyo. Ignoro si tal noticia será cierta o una exageración. Pero es la forma desesperada en que se ilustra la acción cuando una pandemia se va de las manos. Allí también pasará, solo es cuestión de inmunizar a la población a base de muertos. Tiempo y muertos, es la fórmula de siempre. En la antigüedad, las epidemias se agotaban a sí mismas por ese método natural: tras una espeluznante mortandad, los pocos que quedaban eran inmunes y la peste remitía, y se consumía hasta extinguirse por sí sola. De la Edad Media aquí, creo que, al menos eso, lo habremos aprendido. De modo que solo nos queda obrar en consecuencia o dejar que se repita el mismo sistema. Así que nosotros mismos.

Luego, viene una segunda parte, no menos importante, y es analizar qué ha producido este Covid-19, o porqué se ha producido. Desde el principio siempre he creído que los virus, que viven con nosotros desde que nosotros existimos, se vuelven nocivos cuando la propia naturaleza de todos también se vuelve nociva. Entonces salta el sálvese el que pueda en esa misma naturaleza. La crisis climática y el desastre ambiental es lo que ha producido tal aviso (otro más, el último, entre muchos anteriores). Recientemente, investigadores del CSIC, junto a otros científicos internacionales, han publicado estudios que demuestran que eso es así. Y que el ébola, el sida, las gripes aviar, porcina, etc. y este Covid-19, tienen su caldo de cultivo en el cambio climático forzado por nuestra nefasta actuación sobre la naturaleza. A su cadena de transmisión la llaman zoonosis. Los animales se infectan de un medio natural contaminado y se convierten en el vehículo que lo pasa al ser humano.

Así pues, las conclusiones son claras: habremos de elegir entre una existencia basada en mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancias de seguridad y destierro de besos y abrazos, como una nueva normalidad muy poco normal, o cambiar nuestra forma de vida drásticamente y volver a la más cercana, afectiva, humana, próxima y natural de la vieja normalidad. Me temo que no hay términos medios. Y no ignoro que los propios intereses económicos, empresariales, e incluso políticos, no están por la labor, si no más bien en contra de ello. Y que, al igual que hicieron la labor de camaleonizarse con lo del cambio climático para que nada cambie y siga lo mismo, también lo harán con esto. Y sacarán beneficio de vendernos seguridad, no de acabar con la amenaza. Ninguno de ellos va a terminar con una sociedad basada en el consumo desaforado del que ellos medran y se enriquecen. O lo hacemos las víctimas, o entre todos nos enterraremos a nosotros mismos. Creo que fue Cristo quién lo dijo en uno de sus Evangelios: «Dejad que los muertos€».