Toda nuestra vida tal y como la conocemos saltó por los aires, nos encerramos en casa, algunos compraron víveres pensando que se nos venía encima un holocausto zombie y que el papel higiénico sería fundamental para la supervivencia. Muchos tuvimos miedo, insomnio, pesadillas, las malas noticias cada día encogían un poco más y a nuestro alrededor se hizo el silencio. Empezamos a familiarizarnos con el teletrabajo, a generar nuevas rutinas, tener un horario saludable o intentarlo; algunos se suscribieron a tutoriales para hacer deporte, llegaban las videollamadas, las cervezas con amigos, los aperitivos, hablar de lo que estaba sucediendo, o simplemente no hablar, solo beber y reír como mecanismo de defensa.

¿Se acuerdan a quién le dieron el último beso, o el último abrazo, recuerdan la última despedida, con quién estuvieron por última vez en un bar? Quizás llego tarde con esta columna, estamos a finales del mes de mayo y muchos de ustedes ya se han podido reencontrar con sus seres queridos, cenar con amigos, visitar una terraza y brindar... Pero para mí es todo de ciencia ficción y les explico por qué.

Me encerré un 9 de marzo, empecé a teletrabajar, aunque a mí me duró poco, porque una mañana de un miércoles fui despedida, mis campañas nacionales de publicidad se habían caído y con ellas yo. Soy anárquica en cuestión de horarios, así que quizás he comido a las 18 horas algún día o se me ha olvidado cenar, he adelgazado, no tengo horno, no he hecho pan, tampoco pilates y he sido bastante alérgica a las videollamadas. No he visto series ni he leído libros. He pasado el día con lo justo, sin recibir muchos estímulos porque era incapaz de gestionar todo lo que estaba sintiendo a la vez. Intensa, ¿recuerdan?

Cuando empezaron las salidas, esas que tanto demandaba el mundo runner, qué quieren que les diga: no salía antes a andar, no iba a hacerlo ahora. Gracias a Dios no tengo chándal y no voy a salir a correr; con esto les quiero decir que no he salido a la calle nada más que para comprar. Y en una de mis salidas, algo pasó: perdí el olfato y el gusto, un gran fastidio si contamos que la nevera estaba a reventar y cualquier plato que cocinaba no me sabía a nada. Probé hasta con el líquido de los pepinillos (picante) el primer día al notar que algo no iba bien, y como si bebiera agua. Me acojoné no saben a qué niveles. Todo lo que veíamos por la televisión era tan malo que directamente me vi intubada, en la UCI como en las mil imágenes que estábamos viendo a través de los medios.

Pasaban los días, y a todo lo que estaba sucediendo (estar lejos de casa, no poder cuidar a mis padres, el horror de las cifras de fallecidos, me habían despedido) yo sumaba pensar que tenía Covid. Pasaron más días, seguía cocinando ricos manjares mientras mi sensación era estar comiendo aire, fumaba y no olía el tabaco ni mi perfume favorito. Cuando creí que todo había quedado en los síntomas más leves llegó la traca final pasadas unas semanas. Tuve fiebre muy alta y el cuerpo no respondió durante un par de días. No sé si lo he tenido, parece que sí y con los síntomas más leves. Les confieso que, aunque presuma de mi eterna soltería, en los días en los que te sientes así, que alguien te coja de la mano y te diga que todo va a salir bien no hubiera estado nada mal, un ratito. Ahora sólo quiero hacerme una prueba de seroprevalencia para poder bajar a Murcia con la seguridad de no contagiar a mi familia. Que ellos estén bien es lo único bueno de toda esta pesadilla.

¿Cómo se quedan? ¿Conocen la teoría del caos? En este caso cambien el aleteo de una mariposa por una puta sopa de murciélago y ¡boom! inicias tu vida en otra ciudad con ilusión y ganas de demostrarte a ti misma que puedes conseguirlo y todo salta por los aires. No soy supersticiosa, pero si se cae la sal me echo un poco por los hombros, y en estos meses encerrada he pensado en la pasada Nochevieja y por qué no me comí las uvas. Sé que es una tontería, y es absurdo pensar que tiene algo que ver, pero en mitad de toda esta locura créanme que se te pasa de todo por la cabeza.

Mientras yo vivía todo esto en mi buhardilla de Antón Martin, en Madrid, muchas cosas han cambiado: la manera de comunicarnos, el contacto, la cercanía, los afectos, los besos, los abrazos, hay que cambiarlos por la distancia. Qué quieren que les diga, para una yonki del contacto como yo, esto es la puntilla a todo lo demás que les he contado. Ni en mis peores pesadillas podría imaginar no tocar o no abrazar. Esta semana, además, no se imaginan las ganas que he tenido de sentir un abrazo, es cuestión de contacto, no sé si me explico, oxitocinas. Y ojo con quejarme que, con mi buenísima suerte en estos últimos tiempos, todavía la cosa puede empeorar, y creo que el cupo de desgracias para este 2020 lo he cubierto.

Empieza nuestra vida por fases, con distancia social, mascarillas, prórrogas, ruido y cacerolas. Tenemos un Gobierno débil, con una oposición débil. Los extremos crean mucho ruido, pero quiero pensar que la sociedad está en otra cosa. La desescalada está funcionando, la gente está respondiendo, y todos queremos salir adelante. No se están coartando las libertades de nadie, simplemente se limitan para prevenir el contagio. Sólo nosotros podemos cambiar a mejor y, sin embargo, estamos empeñados en hacer todo lo contrario. Es un hecho, somos nuestro peor enemigo.

El otro día escuché una frase que me gustó: «Lo primero que hay que reconstruir son los afectos», y no puedo estar más de acuerdo, empezando por los propios, con nuestros seres queridos, hasta me atrevería a decir que los afectos políticos también necesitan reconstruirse. Apostar por el diálogo y dejarse las triquiñuelas por detrás a golpe de decretazo, o el juego político para la aprobación de la prórroga. Más voluntad.

Yo, por mi parte, esta semana me quedo con que, a pesar de no poder ver aún a mi familia, en Madrid hemos pasado de fase, podré ver amigos y ahora sí que quiero darme un largo paseo, el tiempo acompaña. Pero no todo es bonito y ,como a muchos, también me toca enfrentarme a una nueva situación, a un mercado laboral muy tocado ante la crisis sanitaria y a la incertidumbre. Con las banderas y las cacerolas no voy a pagar el alquiler ni llenar la nevera, créanme. Me toca volver a empezar y a todos nos sigue tocando hacerlo bien para que cuanto antes podamos volver a sentir los abrazos.

Cuídense.