Todos recordamos las consecuencias de la crisis del 2008, una crisis que se originó en EE UU y en un par de años se expandió a todo el mundo. Aquella se apellidaba 'inmobiliaria'; la actual, en cambio, lleva el apelativo 'sanitaria'. Aun teniendo causas tan dispares, ambas comparten muchos puntos en común. Sabemos que, al igual que la primera, esta última desembocará en una crisis económico-social. También sabemos que habrá que ajustarse y que palabras como austeridad volverán a hacerse comunes. Y, lo más importante, sabemos que después de una crisis, lleve el apellido que lleve, nada vuelve a ser como era antes.

Y eso es lo que espero, y en ello pondré todo mi empeño, en que nada sea como antes. Porque si algo nos dejó la anterior crisis fue un recorte sin precedentes en las políticas sociales y un saldo de un tercio de la población en riesgo de exclusión social. Un coste insalvable, según algunos, e inadmisible, pensábamos otros.

Hubo una época en la que cada mes recorría las calles de Murcia una manifestación; la marea verde, la naranja, la blanca. Salíamos a defender las políticas públicas de bienestar social, lo que es de todos. Porque cuando en 2012 desde las Administraciones regional y municipal nos decían austeridad, en realidad querían decir recortar el Estado de Bienestar. Y es que la tijera siempre se dirigía hacia el mismo lugar. Los programas sociales quedaron en los huesos.

Frente a nosotros se abre la oportunidad de que esta vez sea distinto. A nivel local, los presupuestos municipales son la clave para lograrlo. Las partidas que tienen que ver con la protección social no pueden verse afectadas, al contrario, es necesario que se refuercen y que este incremento se traduzca en la dignificación del trabajo de los profesionales de los servicios sociales. También es necesario proporcionar estabilidad a los convenios que se formalizan con las entidades del tercer sector para la atención social a las personas vulnerables. Basta ya de combatir la precariedad de los demás desde servicios precarios, garanticemos la dotación de personal de nuestros servicios sociales para que puedan dar una atención de calidad, proporcionémosles los medios técnicos que requiere la administración electrónica, garanticemos que los espacios en los que trabajan son dignos y seguros, igualemos las condiciones y ventajas de los contratos que se realizan con entidades sociales a los que se hacen con las empresas de limpieza viaria o gestión de parques y jardines.

Para lograr este cambio de dirección es esencial que los que gestionan lo público amen lo público, crean en ello por encima de lo que les reporta estéticamente ostentar el cargo. Deben querer gobernar para todos, no solo para unos cuantos. Deben entender que un municipio como Murcia, con unas tasas de riesgo de exclusión social previas a la crisis de un 27%, debe dirigir sus esfuerzos a corregir las desigualdades en lugar de empeñarse en maquillar la realidad. Deben poner su empeño en mejorar la calidad de la vida de las personas y no solo el lugar por el que pasean.

Y para ello, es necesario cambiar el paradigma. Es hora de sumar por el municipio, de ponerse las zapatillas y salir ahí fuera a buscar la mejor de las salidas a esta situación, no es momento de cerrar las puertas del castillo, es el momento de abrir cada ventana. Es el momento de las ideas innovadoras, renovadas, del acuerdo, de la concordia.

Yo espero que nada sea como antes, lo espero de verdad, espero un futuro de justicia social, de desarrollo, de progreso y de cohesión social para Murcia. Es el momento.