Yo no sé si ustedes habrán olvidado alguna de las primeras veces que hicieron algo importante, pero a mí la mayoría de ellas se me quedaron grabadas a fuego en el cerebro. Recuerdo perfectamente esa primera vez que ocurrió lo que muchos estarán pensando, pero también otras, personales y profesionales, que no voy a especificar aquí, pero que se quedaron conmigo para siempre, como inolvidables hitos. Esta semana he vivido varias 'primeras veces' después del confinamiento, porque he de decir que yo lo he seguido a rajatabla, que he estado casi diez semanas sin salir a la calle, ni a comprar, ni a nada. Nadie ha entrado en mi casa en todo ese tiempo, y, si ha venido alguien, nos ha hablado desde fuera, y solo han sido dos personas de mi familia y los seres humanos que nos traían las compras que encargábamos por teléfono o a través de Internet.

Y supongo que a muchos les ha pasado lo mismo, y que quizás algunos no hayan comenzado todavía a tratar de recuperar una vida más o menos normal. Sé de personas mayores que han decidido no salir todavía, por miedo al virus, y también sé de niños y adolescentes que tampoco quieren salir a la calle, ante el asombro de sus padres que tratan de motivarlos para al menos dar un paseo y tomar el sol y el aire, mientras que muchos de ellos han dicho que lo de pasear es una tontería, que si pudieran salir a jugar con sus amigos sí que lo harían. Pero prefieren dedicar el tiempo libre de deberes y clases telemáticas a jugar con la 'play', en línea con sus amigos, charlando con ellos -el juego les permite comunicarse- a la vez que matan zombis o juegan al fútbol en las pantallas.

Pero yo sí. Por primera vez esta semana me he subido a mi coche y he conducido hasta el Mar Menor, donde tengo una casa. Aunque muchos lo saben, no voy a decir aquí en qué pueblo está porque los asesores para la recuperación económica del Gobierno regional han pedido que no hablemos mal del estado de nuestra laguna para no espantar a posibles turistas. Pero, oiga usted, aquello hay que verlo para creerlo. Si no limpian a fondo las orillas y los fangos, las algas muertas y demás asquerosidades, no va a haber manera de estar allí este verano.

Pero, en cualquier caso, todo era como nuevo, desde sentarse en el coche y comenzar a conducir hasta bajar el cristal de la ventanilla y sentir el aire en el rostro, que fue cuando la mujer propia me dijo que cerrara, no fuese a entrar el virus. Algo tan normal, tan cotidiano como conducir por una autovía se convirtió en una experiencia con sensación de primera vez. Nunca había estado más de dos meses sin conducir desde que tengo el permiso.

Otra 'primera vez' ha sido la de tomarme una cerveza con un amigo en una terraza, después del confinamiento. Es menester que ustedes sepan que, habitualmente y hasta la pandemia, yo suelo estar en mi estudio pintando, escribiendo o trabajando en cualquier cosa, y que ese estudio está situado en los aledaños del Mercado de Verónicas en Murcia, cerca de la Plaza de las Flores. A cualquier hora, suena mi teléfono, o el timbre del interfono de la puerta y una voz me dice: '¿Bajas a tomarte un café?', o '¿una cerveza?', dependiendo de la hora. La respuesta a esa llamada es, en el 99,99% por ciento de las veces, 'sí, bajo', a lo sumo, puede ser que diga, 'dame 5 minutos', por si no puedo dejar lo que estoy haciendo, pero lo normal es que arríe los pinceles y baje de inmediato. Bueno, pues imaginen lo que fue el lunes sentarte en una terraza con un amigo, a 2 metros, pero allí delante, y dedicarnos a poner verde al Gobierno - no digo a cuál, puede ser municipal, regional o nacional, o incluso los tres- pero qué gusto oiga, hablar de temas como que ese metió la pata hasta el corvejón en sus declaraciones, o que aquel, o aquella, no ha dado nunca un palo al agua fuera de la política, o que qué pena que echen del partido a tres diputados murcianos de Vox, o sea, que en todas partes cuecen habas.

Qué satisfactoria esta primera vez, después de tanto tiempo, oiga, por favor.