Siempre recuerdo que mi padre nos contaba que para lo que se acostumbraba en aquellos años nos había tenido muy mayor. Creo que cumplía los 33 cuando yo llegué al mundo; soy la primera de dos hermanas. A mí nunca me pareció mayor. Mi padre siempre tuvo un espíritu muy joven y sus enormes ganas de vivir hacían que disfrutara de cada momento como si fuese un chaval. Yo he tenido mi primer hijo con 36 y, sinceramente, me considero joven. Seguramente eso también lo habré heredado. Son otros tiempos, que dicen los abuelos. Y tanto que lo son. Si hoy día uno espera tener la estabilidad laboral, económica, social y, sobre todo, emocional para perpetuarse puede que no lo haga nunca. A mí me ha llegado ya con cierta edad y creo que éste era, sin duda, mi momento ideal.

Lo difícil de esto es que es cosa de dos, es un trabajo en equipo. Y aunque yo pudiera estar en mi mejor momento sería necesario que la otra mitad compartiera estado vital. Y no es fácil coincidir. ¿Cuántas veces nos hemos cruzado con personas con las que, pese a intentarlo, no hemos conseguido conectar? Son pequeñas historias acabadas que, en parte, también nos han forjado y nos han hecho madurar. Pero difícil no es imposible. Y esta vez el binomio tenía que funcionar.

'El señor del Renacimiento' es también un padre moderno, de esos que ha enriquecido tantísimo su vida que lo de la paternidad no necesitó pensarlo demasiado. Era como la sucesión lógica en nuestro estado. Con 37 años algunos pueden pensar que 'el arroz se le había pasado'. Pero me gustaría que lo vieran porque concluirían todo lo contrario. Además de ser un hombre versado y cultivado, mantiene una envidiable frescura física y emocional. Su incombustible energía compatibiliza perfectamente con la agotadora demanda de actividad del pequeño. Nunca se cansa.

Antes de ser papá solía hacer deporte, al menos, seis días a la semana: natación, atletismo y escalada. Ahora intenta mantener sus aficiones adaptándolas a las necesidades y horarios del nuevo miembro de la casa. Intentamos no tener que renunciar a casi nada, aunque eso implique un mayor esfuerzo. Se levanta temprano y después de una mañana completa de trabajo, regresa para encargarse de la comida y darme un relevo en la crianza. Eso sí, su siesta es sagrada. Y, por la noche, después del baño y el biberón es el momento en que disfrutar de su personal escapada: hacer deporte le sienta bien y le mantiene en una forma que a mí, evidentemente, me encanta. Y así agotamos los días laborales hasta llegar al fin de semana, donde la rutina es un poquito más relajada.

Él, como muchos otros, ha conseguido romper el estereotipo de padre que teníamos la mayoría en nuestras casas. Son corresponsables, aunque también reconozco que aún no están todas las batallas ganadas. En este mismo modelo reconozco también al marido de mi hermana. 'El hombre de los Ochenta' es de los que trabaja fuera y dentro de casa y de los que además de educar comparte con sus hijos juegos y actividades varias. La siguiente discusión sería la de equilibrar un poquito más los porcentajes de la carga.

El caso es que el pasado fin de semana, cuando compartíamos una comida en familia, los miraba y pensaba que ambas hermanas éramos bastante afortunadas (lo que en ningún caso quiere decir que ellos no tengan por qué dar las gracias). Son dos hombres buenos, divertidos (a mi edad puedo asegurar que esto también es importante) y papás entregados. Y con sus defectos son capaces de cambiar pañales, hacer de comer o irse una noche de concierto. No descuidar la pareja y tampoco su cuerpo. Con casi cuarenta tienen pelazo, no tienen barriga y visten moderno.

Son la nueva generación de fathers, almost forty and fabulous.