Qué harta estoy del coronavirus. Es verdad que ha venido, si no a quedarse, al menos a pasar una temporada. Y es verdad también que estamos en pandemia, y que hay que llevar cuidado con las distancias y con los contagios, y que nuestra vida ha cambiado, y otra vez lo mismo y vuelta a empezar.

Pero me niego a estar en modo pandemia. Esto se pasará. Llevo mascarilla cuando salgo, y guardo la distancia de seguridad, a mí a obediente no me gana nadie, pero de ahí a que mi vida sea presa del coronavirus, queda un buen trecho. Ahora bien, si estoy harta del coronavirus, no te digo cómo estoy con quienes nos gobiernan. Qué pesadilla de gente. Qué poco durarían, cada uno de ellos, en cualquier empresa, pequeña o grande. No pasaban ni el día de prueba. Y ahí los tienes. Menos mal que no son todos para tirarlos por el hueco de la escalera, que alguno se salva. Pero las circunstancias son tan patéticas que ninguno vale para sacarnos de ésta. No hay Churchill para esta guerra.

Con el rollo del confinamiento, y con la dictadura del miedo, ha pasado casi desapercibido que hace veinticinco años murieron Lola Flores y Antonio Flores. Los dos con nombre propio, en lo artístico, y en sus respectivas personalidades, eternas y arrolladoras. Te preguntarás a qué viene de repente tanto fervor por los Flores, pero es que los tengo a los dos presentes cada vez que Elena y yo vemos un capítulo de La casa de papel y sale Alba Flores. Es la viva imagen de su padre y de su abuela. Sé que la serie no es lo más apropiado para ella, pero entiéndeme, prefiero que la vea conmigo, con alguna censura, antes de no saber ni qué ve, ni con quien. Además, así pasamos un rato juntas. Bueno, y luego está la trama del atraco, tienes que reconocerme que la serie es la pera.

Pues a medida que Elena me preguntaba quiénes eran los Flores, y yo le contestaba, empezaba a acordarme de esos momentos memorables de La Faraona. Es pensar en Lola Flores y empezar a visualizarla en aquella actuación, cantando y al mismo tiempo buscando el pendiente, «que mi trabajico ma costao». Qué risa, aunque lo haya visto mil veces. Pero también recordaba a esa madre coraje que fue capaz de pasar noches enteras en vela con su hijo cuando arreciaba el síndrome de abstinencia. Y me venía también a la mente la primera vez que oí No dudaría de Antonio Flores, que en mi plena adolescencia me pareció lo más parecido a un himno que había oído. Entonces ya se sabía de las andanzas de Antonio Flores con las drogas y los problemas que ello le había generado.

Me estremecí cuando vi a Lola Flores en la tele contando alguno de esos capítulos conmovedores, de lucha a brazo partido para sacar a su hijo de ese mundo asqueroso y destructivo. Ella era muy auténtica y no se escondía tras una muralla de apariencias, y sin tapujos contó que, en una de las crisis del hijo, le agarró de la camisa y lo encaramó a una ventana. No sé si llegó a sacarle medio cuerpo fuera, pero mientras él lloraba y pedía que le bajara, ella le decía que si lo que quería era matarse, en ese momento ella misma lo arrojaba al vacío.

Qué falta hace una Lola Flores que agarre el micrófono como en la boda de Lolita y pida test masivos y diga bien alto eso de la culpa la tenéis todos ustedes. Hace falta ese espíritu. El coronavirus no es de izquierdas ni de derechas, igual que la Flores era Lola de España, aunque por una temporada fue Lola de Hacienda, como decía ella con algo de guasa. Si es que tenía gracia 'pa tó' la mujer.

No nos confundamos. El desastre padre que estamos viviendo, que deja en mantilla a la boda de Lolita, no es de derechas ni de izquierdas. La responsabilidad última es de quien está en el Gobierno ¿De quién si no? ¿De verdad la culpa es de la gente que no sabe si está contagiada o no? Cuando se pase este desastre de coronavirus, ya podremos volver a pensar en derechas, izquierdas o centro. Porque antes nos moriremos de aburrimiento, de depresión, o directamente de hambre, con media España en el paro, que por el coronavirus. Y si nos quieren ayudar de verdad, que traigan tests.

En fin, que como estoy en modo Flores, cada vez que veo a don Simón en la tele, o al guapo, me entran ganas de hacer traer a Lola Flores, y escucharle eso mismo que estás pensando: «Si me queréis, irse».