Por mucho que algunos digan, lo mejor que le ha pasado a Europa en su historia es la propia idea de la Unión Europea. Pertenecer a este club es un lujo y un privilegio, y si alguien no quiere verlo, que no lo vea, y si algún país quiere marcharse, allá él.

Europa, con la UE como emblema político, representa lo mejor de la organización sociopolítica internacional y el pilar más potente de unos conceptos democráticos que en todo el mundo están en peligro. Aunque la Europa política también debería mejorar importantes aspectos de gobernanza, equidad o reacción contra los populismos, no me cabe la menor duda de que la UE supone el más acertado de los escenarios posibles.

Sin ir más lejos, en dos de los temas que más me preocupan, el del cambio climático y el de la conservación de la biodiversidad, la Unión Europea se sitúa a la cabeza de la sensatez y el compromiso internacional.

Esta misma semana la Comisión Europea ha lanzado su nueva estrategia de biodiversidad para 2030. El documento, que debe inspirar a los Estados miembros a hacer mucho más por la conservación de la naturaleza, es especialmente pertinente cuando la pandemia de la Covid-19 deja tan a las claras el vínculo existente entre la salud de los ecosistemas y nuestra propia salud.

Junto con la nueva Estrategia de Biodiversidad, la Comisión ha presentado también una estrategia sugerentemente conocida como «De la granja a la mesa», destinada a conseguir que los alimentos europeos sean seguros, nutritivos y de alta calidad y se produzcan con un impacto mínimo sobre la naturaleza.

Ambas estrategias tienen mucho contenido, difícil de resumir. Sólo por intentarlo, puede citarse que Europa propone aumentar en diez años las áreas naturales protegidas terrestres y marinas hasta un 30% del total de la superficie, reducir el uso de plaguicidas en un 50%, asegurar que al menos el 10% de las zonas agrícolas presentan elementos de interés para la biodiversidad, como parches de vegetación natural, setos o linderos, reducir las pérdidas de fertilidad del suelo al menos en un 50%, favorecer los polinizadores o alcanzar el objetivo de que al menos el 25% de la superficie agraria de la UE se dedique a la agricultura ecológica para 2030.

La Estrategia también plantea restaurar al menos 25.000 kilómetros de ríos europeos mediante la eliminación de barreras obsoletas y la restauración de terrenos inundables y humedales, introducir objetivos vinculantes de restauración de ecosistemas cruciales o plantar 3.000 millones de árboles, entre otras muchas cosas.

Quizás de lo más sugerente del documento sea que la propia UE reconoce que a nivel europeo aún se puede hacer mucho más para proteger la naturaleza, ya que este es un objetivo que no se ha conseguido a pesar de contar con legislación, estrategias y planes de acción previos. Ojalá que esta vez las medidas no se queden en el papel y se consiga durante los próximos diez años revertir la situación y hacer de Europa un lugar más verde.