Estamos finalizando la primera fase de desescalada (o escalada, según desde donde se mire) de las medidas impuestas por la pandemia y a punto de comenzar la segunda. Y el Gobierno, y nosotros, seguimos con una inseguridad de cuerpo y unas dudas de mente que no sabemos por dónde tirar. Estoy hablando, sobre todo, de aquellos a los que nos clavaron con una chincheta en las paredes de nuestras casas, puesto que los demás solo tienen que ajustarse al plan de movilidad prevista, y a guardar las normas indicadas. Tampoco debería de ser tan difícil.

Pero lo es, sin duda alguna. Solo tenemos que ver cómo nos estamos comportando apenas han abierto un poco la puerta del chiquero. Como auténticos asnos. Amontonándonos para hacer ejercicio (todos, a la vez, y en los mismos lugares), en las terrazas de los bares, en los zocos de nuestros mercados, en los quicios de las iglesias o en las fiestas callejeras que nos montamos. Yo no sé si habrá que achacárselo a nuestro carácter meridional, o a la escasa cultura, o a la aún más escasa educación, pero el caso es que la cosa es así.

En estas fases intermedias tenemos más responsabilidad la propia ciudadanía que el propio Gobierno, dado que cualquier Estado carece de fuerza pública suficiente como para vigilarnos a todos y cada uno de nosotros, a todas las calles y plazas, ni todas las carreteras del país. Es material y humanamente imposible. Luego la responsabilidad reside únicamente en el ciudadano. Otra cosa es, ya digo, que nos tomemos esto como el moño de la tía Bernarda. Puro incivismo.

Que aquí, mucho aplauso en los balcones y en los espejos, y mucho héroe por aquí y por allá, y mucho guion temático para tocar la fibra, y mucha pose social, pero a la hora de la verdad, cuando hay que demostrarlo, nos amogollonamos como la mojama, dado que nos encanta hacinarnos como las ovejas€

En este punto, la absoluta irresponsabilidad que está demostrando Vox y sus chupalrededores peperos, incitando al borreguerío de clase a manifestarse en las calles contra el Gobierno en nombre de una falsa y malparida libertad (los defensores de la dictadura y alabarderos franquistas, hablando de derechos humanos) linda con lo criminal. Les importa poco que la gente se infecte, solo les vale el bastardo fondo de sus intereses.

Pero, hablando de infección, adviertan vuesas mercedes que ahora la trompeta del apocalipsis público ya no pone el acento en los infectados, sino que la alarma está en los no infectados, que somos el 95% de los españoles. O sea, nos hemos tragado un par de meses encerrados en nuestros agujeros, hemos arruinado el país y a centenares de miles de pequeños empresarios, para ahora venir y advertir que todo el mundo sigue en riesgo de pillar el Cóvid-19 de los collons, porque no estamos inmunizados. Esto es, el coronavirus sigue ahí fuera, y nosotros, la población, estamos tan inermes como al principio.

Me pregunto si entonces esto habrá servido de algo, aparte de la ruina económica, claro. Aquí, en Murcia, por ejemplo, no llega al 2% la 'inmunidad de rebaño', que es el nombre científico (muy bien puesto, por cierto) de esto. Y también me pregunto si, al final, es bueno contagiarse o no contagiarse, o si es malo ambas cosas, viendo la que ahora nos están colando: que estamos tan indefensos como al principio.

Ahora resulta, por no salirnos del ejemplo regional, que si vienen a saco los de las segundas residencias, y los temidos madrileños, que, por otro lado, se les está esperando como agua de mayo para nuestros exhaustos bolsillos, nos van a meter el coronavirus hasta el fondo y nos va a llegar para octubre un pico de pandemia que ni el del Teide ¿en qué carajo quedamos entonces? Al principio, mucho meternos miedo con el contagio, y ahora mucho meternos miedo con el no contagio.

Al final va a llevar razón el experto al que me refería en mi artículo de la semana pasada. En que hemos trajinado tan mal la gestión pandemítica ésta, que nos hemos arruinado para nada (vuelvan a leerlo, por favor, todavía anda rulando por esas redes de Dios y del demonio). Ahí se decía que lo importante era inmunizar a la población en el tiempo, sin sobrepasar la capacidad de los sistemas sanitarios, y con las menos bajas posibles. Eso es todo, y punto y pelota. La fórmula era frenar (no parar) la economía, y enclaustrar el mínimo de población posible (el de mayor riesgo), pero en modo alguno chaparlo todo y esperar a que escampe. Eso vale en una tormenta, pero no en una epidemia. Ahora tenemos que estamos como pipiolos ante la enfermedad, empeñados hasta las cejas, y con el mismo riesgo de que un pico colapse la sanidad pública.

Por lo tanto, el Gobierno ha jugado su baza como ha podido y sabido, pero si ahora los ciudadanos no jugamos las nuestra (nos toca a nosotros) con seriedad, prudencia y responsabilidad, como hay que gestionarla, nos va a explotar el bicho en pleno culo, y no podremos quejarnos y lamentarlo luego porque la culpa habrá sido solo nuestra. Salvo que seamos como aquellos epicúreos que les daba igual cagarla si era comiendo, y sepan disculpar lo escatológico de la frase.

O salvo también que le demos la razón a aquel dicho de que un español es el tipo que en la cárcel es un bendito y en la calle un maldito. Así que, nosotros mismos.