La revolución cayetana impregna periódicos y televisiones desde que a algún señor con trabajo fijo se le ocurrió que protestar no es competencia exclusiva de izquierdistas y ni-nis. La prensa nacional dedica horas a explicar que hay muchos pijos diseminados por toda España queriendo ir contra el magnánimo y todopoderoso Gobierno. Núñez de Balboa, según los periodistas a sueldo del Régimen (que, desgraciadamente, en televisión son la inmensa mayoría), nos intentan convencer de que los que cacerolan son los ricos insolidarios culpables de la crisis en la que estamos.

Cuando uno sale de la caverna de las redes sociales y la televisión a veces descubre que hay un mundo maravilloso fuera. Y que, en esa realidad alejada de los focos mediáticos, los relatos metidos con calzador y las cifras abstractas que ya ni nos afectan esconden detrás dramas familiares o españoles concienciados.

Durante muchos años hemos convivido con los ruidosos en la calle y los silenciosos en las urnas. El 15M, sin ir más lejos, fue un fenómeno de masas de lucha contra el bipartidismo, emprendido a tan solo unas semanas de que el Partido Popular se convirtiera en una fuerza tan hegemónica que ya quisieran dictadores de nuestro entorno. Al lado de protestas masivas contra el 'capitalismo opresor', lo cierto es que los partidos liberales han seguido siendo mayoritarios en España desde tiempos inmemoriales, y que con independencia de las proclamas feministas de que ser hombre equivale a ser asesino, la mayoría de españolas preferimos llegar a casa acompañadas y sobrias que solas y borrachas.

El motivo por el que las minorías ruidosas han tenido eco en nuestro país ha sido porque la prensa las ha amplificado. Y no lo ha hecho para recordar que con independencia de que miles de personas se hayan manifestado 'contra los recortes del PP' en España son millones los que han votado por los ajustes, ni le han dado voz a los que gritan contra la reforma laboral para contrastar el crecimiento del empleo en la etapa anterior y posterior a ella, ni porque quieran emitir juicio crítico alguno sobre si la lucha contra el cambio climático debe ir acompañado de una revolución anticapitalista (como pide el Gretismo). Lo hacen, simple y llanamente, porque cuando la calle confirma su sesgo lo importante es construir un relato que cale en los españoles como si en realidad fuera mayoritario.

Los cayetanos de España, que en su inmensa mayoría ni son ricos ni protestan por no poder ir a jugar al golf, han supuesto una revolución no sólo para las expectativas movilizadoras de la derecha, sino también para la turba mediática y su cambio sorpresivo de rol. Ahora que la España derechosa despierta, la prensa izquierdista necesita ridiculizar, minimizar y despreciar a los que con una bandera de España ataviada al cuello le piden a sus gobernantes algo tan revolucionario como que no restrinjan sus más básicos derechos fundamentales.

Los cayetanos de Núñez de Balboa, de la Plaza Santa Catalina, de los barrios obreros y de la clase media de capital de provincia son la expresión manifiesta de que este Gobierno tiene que empezar a temblar.

En la derecha no quemamos contenedores ni cortamos calles para exigir dimisiones. Pero en cuanto lleguen las urnas, que se preparen. La derecha ha despertado.