Me llamas Normalidad y me añoras. Ansías recuperarme. Los días que pasamos juntos, no sabrías decir cuántos fueron, se te antojan un paraíso de libertad; como si fueran innumerables jornadas de caricias cercanas y deseos cumplidos. Piensas que nos separó una catástrofe, algo de lo que nadie tuvo culpa. Sencillamente ocurrió, quién va a ser responsable de algo que era imprevisible. Y vinieron los muertos, los contagios, el quebranto económico y la pobreza que aparecieron traídos de la mano por una plaga que te sorprendió, te atreves a decir, completamente desprevenido. Y pensaste (me pregunto cuál será la razón para ello) que era excepcional, que había de pasar.

Todavía sostienes ante cualquiera que se pare a escucharte que esto quedará atrás y que todo volverá a ser como antes. O tienes la fe de un santo o eres ingenuo e inconsciente. Piensas en mí y sonríes con ternura y añoranza. Ansías los días que acabas de perder y suspiras por ellos como si todavía pudieran volver, te pareces a un amante de corazón roto que espera cada día en la estación del tren a que yo, tu ausente Normalidad, baje por la escalerilla y me funda en un abrazo contigo. Como un amante novato y juvenil solo piensas en cuánto te satisfacía tu amor. Por eso, para que continúe y me quede contigo siempre, me llamas tu Normalidad y quieres que vuelva, para que sujeta a la norma del pasado, presente y futuro me veas a tu lado con cada despertar.

Quieres pensar que todo será como antes. Antes, siempre antes, repites incansable, y no te viene a la mente el ruido estridente del tráfico rodado de antes, las nubes de humo pesando sobre el horizonte de la ciudad de antes; ni el bullicio de antes, las carcajadas, el ruido de los vasos rotos de antes aplastados contra el suelo por grupos de personas congregadas bajo tu balcón hasta robarte el sueño. De eso no te acuerdas, ni de las noticias que leías de muertos, hambre y pobreza, antes, en algún lugar remoto del globo. Ni siquiera otras semejantes pero más cercanas te afectaban si podías adormecer un poco aquellas molestas llamadas de atención con que tu Normalidad te insinuaba que se alejaría de ti y que pronto te abandonaría sin darte su adiós más que con el sonoro estruendo de un portazo que, según veo, no ha logrado despertarte.