Francia ha respondido con la reciprocidad de aislar a los viajeros que procedan de España después de que el Gobierno Sánchez-Iglesias decidiese implantar la cuarentena con el fin de prevenir los casos importados de covid-19. Convendría recapacitar sobre esta medida que afectará al turismo en un país donde el elevado número de contagios y los registros de la pandemia ya son de por sí suficientemente disuasorios. No se me ocurre que alguien pretenda viajar para permanecer encerrado catorce días en un hotel y después tener que regresar a casa. Todo ello sucede, además, cuando media Europa ya se está preparando para reactivar la vuelta a una normalidad que requiere, además de prudencia, cierto tacto para salvar un sector vital de la economía nacional. A no ser que todos piensen igual que Alberto Garzón y crean que se trata de una actividad sin importancia.

La cuarentena puede servir también de campaña promocional del resto de los competidores, Grecia y Portugal, por ejemplo, mucho menos afectados por el coronavirus, y que de momento no tienen inconveniente en recibir viajeros procedentes del exterior. En último caso, el Gobierno tendría que estar dispuesto a incentivar de alguna manera el turismo nacional, algo que tampoco parece vislumbrarse.

Es cierto que no debe resultar fácil acertar del todo en una crisis sanitaria y económica tan endiablada como esta. Pero también es verdad que equivocarse tantas veces y de manera tan continuada, tampoco. No se sabe si la medida de un segundo confinamiento para los viajeros del exterior, que ya lo han padecido en sus lugares de origen, es firme o se va a producir en las próximas horas una de esas rectificaciones a las que ya nos vamos acostumbrando.

Todo parece formar parte de un mismo complot del disparate. El martes se prohibían las rebajas en los comercios y al día siguiente se autorizaban con la advertencia de que no se puede ir masivamente a comprar.

Qué lío.