Durante el fin de semana se ha sabido que el ministerio de Sanidad elaboró un informe técnico, firmado por el propio Fernando Simón, donde se alertaba de los riesgos de la nueva enfermedad procedente de China. Recomendaban, al igual que en otros tipos de coronavirus, el distanciamiento físico y el uso de mascarillas como prevención. Los lectores de los periódicos ya somos unos expertos en el mundo de los contagios. A estas alturas, nadie mejor que una madre para impermeabilizar a su hijo contra el virus. El pequeño detalle que marca la diferencia del informe antes citado con el resto de los que se han publicado a lo largo y ancho de esta pandemia es que salió el 10 de febrero, en aquel lejano tiempo en el que podíamos abrazarnos en un mitin de Vox, celebrar los goles de nuestro propio equipo o gritar «hermana, yo sí te creo» cogidos de la mano.

A este paso, el ministerio de Sanidad ya se parece más a aquella abadía del norte de Italia que pensara Umberto Eco en El nombre de la rosa que a un lugar fiable. En la magistral novela, los libros desaparecen de repente, como poseídos por una especie de personalidad propia. La voluntad de las páginas trasciende de los usos de la razón y la biblioteca de la abadía pronto deviene un lugar que mezcla el encantamiento con el crimen. También de las estanterías virtuales de nuestro ministerio de Sanidad se caen informes. El del 10 de febrero es un claro ejemplo. Algunos medios de comunicación lo han rescatado estos días y publicado de nuevo, ante el asombro del que escribe estas líneas, a quien le han estado convenciendo durante dos meses de que nada de esto se podía saber. Los capitanes a posteriori se han tornado con la caída del sol en capitanes a priori. Y sin necesidad de ser epidemiólogos.

Jorge de Burgos es el bibliotecario ciego que impregna de veneno el segundo libro de la Poética de Aristóteles. Lo hace por amor a Dios y a la lectura, a su mundo conocido, pero no a la verdad. Nadie puede saber que en la Antigüedad existía la risa, porque eso es cosa de animales.

Teme que se derrumbe todo lo que lo rodea. De una forma similar parecen actuar los que comandan el Ministerio. Se aferran al sillón con una fuerza desgarradora. La necesitan para la cantidad de bandazos y curvas que ya llevamos. Fuera de sus despachos les espera la cola del paro. No han dudado ni un momento en anteponer ese temor a la realidad. Mientras tanto, el común de los ciudadanos está condenado a pasar páginas envenenadas en donde un día se nos recomienda no llevar mascarilla y al siguiente lo contrario. Es para reír, si no diese tanto miedo.