Parece que la realidad ha perdido su razón de ser. Ha sido vencida por esas superficies donde se muestran las imágenes de nuestros rostros a la hora de vivir historias de confinamiento y separación. Escenas que cuentan patrañas o relatos en diferentes planos, tanto del presente como del pasado, o irradian construcciones acerca del futuro. La vida en sí se transforma en un conjunto de elementos sobre los cuales se construyen los entresijos de los acontecimientos controlados por una inteligencia que parece superior a la puramente humana.

Resulta que tenemos tantos tipos de pantallas que apenas las distinguimos, pese a que la tecnología ha permitido desarrollar un variopinto muestrario capaz de sorprender hasta el más creído conocedor de los aparatos tecnológicos. La primera generación fue la CRT, la tradicional pantalla de ordenadores, que al principio fueron monocromáticas. Yo las conocí en la época de estudiante barbilampiño en Madrid, pues convivía en un piso con varios compañeros matriculados en Informática. Luego las sufrí en varias redacciones con sus emisiones de unos destellos verdosos que agotaban la vista. Más tarde evolucionaron a pantallas a color muy limitadas.

Llegué al mercado laboral en mayo de 1987 tras un contrato en prácticas como becario el verano anterior. Esa primavera de hace 33 años fue la de la aparición de las pantallas VGA como una evolución de aquellas primeras. Al estudiar sus atributos resulta que tenían una resolución de 640×480 píxeles en modo gráfico y eran capaces de reproducir hasta 16 colores y combinaciones. Esto, para los entendidos, era un avance sorprendente porque aseguraban que, incluso en resolución de 320×200 píxeles, podían desplegar hasta 256 colores. Como comprenderán, para un periodista en construcción como era un servidor en aquellas fechas aún le quedaba mucho por ver. Traten de ponerse en situación y lo entenderán perfectamente. Mis amigos Ángel y Juan se ríen aún porque los de ciencias tienen eso que nos falta al resto. Por cierto, a estas alturas de la película el lector sabrá lo que es un píxel, ¿verdad? Pues ni más ni menos que la unidad mínima de color que forma parte de una imagen digital

A esas pantallas VGA (Video Graphics Array) o de matriz gráfico de vídeo (creadas, por cierto, por la empresa IBM, que no iba ser para menos) le siguieron las SVGA, con un despliegue mayor de resolución de 256 colores y combinaciones a la que existía entonces, que pueden mostrar otras más altas en función de la potencia de video del ordenador utilizado. Aún hoy se usan para tareas profesionales de vídeo, diseño gráfico y en equipos de jugadores expertos de videojuegos.

¿Y qué me dicen de los plasma? Bueno, realidad, habría que llamarlas como 'las plasma', porque son un tipo de pantalla plana muy particular, ultradelgadas, y con una resolución bastante buena. Estas han cambiado desde hace tiempo la fisonomía de nuestros comedores y salas de estar, porque nos han permitido ganar espacio frente al volumen que ocupaban los grandes y abultados aparatos de televisión de dimensiones estratosféricas. Son las que puso de moda aquel Mariano Rajoy de las ruedas de prensa asépticas para guardar las distancias, casi como las de la pandemia de estos días.

La evolución pantallil (si me permiten la expresión) dio paso a las de cristal líquido (LCD), porque cuentan con una sustancia de esa densidad atrapada entre dos cristales que, al disponer de un estímulo eléctrico, vuelve opaca una zona y permite el despliegue de imágenes. Son los misterios de la tecnología y las tenemos en equipos móviles, en los monitores de ordenadores de sobremesa y portátiles, y hasta en los teléfonos móviles. Tenemos también las LED, integradas por unos paneles que forman píxeles que permiten desplegar imágenes y texto por pantalla. Son utilizadas en el mundo de la informática y de los dispositivos móviles y de televisión.

Aún hay más. El elenco de superficies nos ofrece las táctiles (conocidas como TouchScreen) que, como su nombre indica, son sensibles al tacto, lo que nos permite interactuar con el dispositivo con los dedos. Pero es que también las hay multitáctil (o MultiTouch, según los entendidos) que permiten múltiples puntos de contacto entre el usuario y la pantalla, incluso hacer gestos con los dedos y movilizar archivos e imágenes por la pantalla. Uf, ¿alguien da más? Pues sí. Nos quedan las pantallas Amoled, las más usuales en los llamados teléfonos inteligentes, que combinan un conjunto de píxeles OLED (cuatro subpíxeles) integrados en una película fina TFT (variante de las de cristal líquido) para desplegar la imagen. Y si esto fuera poco, tenemos las Gorilla Glass, o pantallas con láminas transparentes, delgadas y ultra resistentes que intentan evitar roturas y arañazos. Son las de los teléfonos de gama alta, altísima, esos que sabemos que existen, pero en manos de otros.

En definitiva, las pantallas son ahora una prolongación humana del espacio, que han venido a quedarse junto a nosotros para convertirnos en el eterno Narciso que ya no puede despegarse para cimentar otra imagen del mundo.