Los periódicos, naturalmente, obedecían a la orden de optimismo a toda costa que habían recibido, escribe el cronista de La peste, de Albert Camus

s notorio que, a día de hoy, a mediados del mes de mayo, no se haya visto ninguna imagen en la tele ni foto en periódico con la cara de las víctimas, tras dos meses con estado de alarma, y casi 27.000 muertos en España por coronavirus, 176 'solo' en la cifra dada el día que escribo.

Uno de los desengaños que la pandemia nos dejará será el haber creído alguna vez en la prensa de forma romántica. Será este desengaño, sin duda, incomparable con el sufrimiento de quienes viven de primera mano la pérdida de un ser amado. Pero repasar la prensa nos va a dejar una amarga decepción a los que durante toda la vida hemos idealizado esa escritura de lo cotidiano que llena los periódicos y que se hace, como el pan, cada día.

E igual que la prensa escrita, la radio y la televisión, que se han convertido en nuestra fiel compañía diaria, casi siempre nocturna, la pandemía las desenmascara y nos las va mostrando bajo otro aspecto dudoso y revelador de felonía. Los media, salvo alguna excepción (dudosa, si ese medio habla para servir a intereses sistemáticamente contrarios a los que ataca), se han empleado en servicio absoluto al poder, a algún poder económico, político, ideológico. La imagen lírica de una información comprometida con la verdad y al servicio del lector, del oyente, del telespectador, es solo eso: poesía, e incluso ni siquiera poesía sentimental ni romántica, sino ingenua, que diría Schiller, o sea, propia de un mundo clásico sereno, arcádico e ideal. La pandemia ha puesto las cosas en su sitio, a cada uno en su sitio. Por cierto, también se ha llevado el crédito del intelectual, y del 'hombre de cultura', o que vive de la cultura (hablo en general, y siempre hay casos irreductibles, excepcionales).

Qué pocos intelectuales tienen voz, prestigio adquirido por encima de ideologías periodísticas o políticas, a qué pocos se les concede, no digamos ya crédito, autoridad intelectual o moral, sino simplemente voz, espacio en un medio donde el escritor no tenga de antemano su caldo de cultivo ideológico.

Quizá la excepción, me diréis, es Mario Vargas LLosa, que lo mismo escribe en El País que en Abc.

Valiente sería aquel que escribiera en un medio que no es su caldo de cultivo preelaborado. Un periodismo libre, ¿pero es este posible? Aún, y pese a la decepción constatada, un poso de romanticismo nos anima a responder que sí. Pero, antes de ello, tendría que caerse la venda, desgarrarse la gran mentira de creer que la libertad consiste en decir lo que esperan de nosotros que digamos, en servirles a los que nos dan páginas o espacios en sus medios para que abonemos sus casi siempre bizcas creencias (y 'mejor' si lo hacemos con radicalismo y sectarismo y desprecio fétido del contrario; mejor para nuestra reputación de esclavos, digo).

Es casi impensable, antinatural, la extraña coincidencia de tantos medios sumisos en ocultar a los muertos por el covid-19. Si fuéramos mal pensados sospecharíamos que hay ganancia y paga que vienen en grandes cantidades, de arriba.

No es posible, señor periodista, que si por acaso un día hay un siniestro aéreo y mueren 100 o 200 personas y lógicamente esa noticia abre con todo detalle los telediarios y las portadas de los periódicos, o los boletines de radio, dándonos luego a lo largo del día, de la semana y el mes incluso, larga cuenta de las víctimas y sus circunstancias personales, parecido no ocurra con estas otras que se lleva el coronavirus a diario: algunos días contadas por miles, otras por mitad de miles y aún hoy por casi dos centenares.

Un locutor de radio, en un programa matinal, ha popularizado un lema, convertido en un soniquete estúpido: «Hagamos como que todo va bien». Con qué simpleza quieren que veamos el mundo, como bobos. Quien no siente no padece, dice el dicho.