Otro timo, este con menos disimulo que los anteriores, pues visto lo bien que entra la mano, detrás va siempre el brazo. ¿En qué cabeza cabe que UGT y CC OO convaliden al Gobierno regional que hace cinco minutos ha desmontado por decreto la protección medioambiental y ha liberalizado al extremo la políticas de suelo, vivienda y puertos, para empezar? Todo lo visible, constatable y efectivo en política económica y social derivado de la crisis sanitaria se ha producido en favor de las demandas del sindicato empresarial. Es lo que ya consta en el Boletín Oficial.

Y después de esto, como a renglón seguido, vienen los supuestos representantes de los trabajadores y firman con el Gobierno y la patronal un pacto al ya te veré que constituye un engrudo de generalidades y buenos propósitos, en el que se resumen epígrafes presupuestarios ya existentes (derogados por la realidad de la crisis sanitaria antes incluso de su aprobación) más un espigamiento de propósitos ya relatados y nunca consumados, más bien retóricos, floreados por una asignación económica global que no está en el Presupuesto y, lo peor, ni siquiera se indica de qué otras partidas se va a detraer. Porque lo que dicen que van a gastar en los capítulos del pacto tendrán que sacarlo de algún otro sitio, que quedará desasistido en tal caso. Por supuesto, ninguna renuncia que afecte al monumental aparato político y administrativo, ningún recorte contributivo al despendole institucional. ¿De dónde van a sacar el dinero? Ya lo ha dicho el propio presidente: del Gobierno central. Si éste no aporta a un pacto en el que no siquiera participan las fuerzas políticas de la oposición (no por propio rechazo previo, sino por haber sido expresamente excluidas), será Pedro Sánchez el responsable de que la cosa no pirule. La jugada perfecta, con la complicidad de los aparatos sindicales.

Esto no es un pacto de la Moncloa, sino de San Esteban. Pero de San Esteban y de nadie más. López Miras ni siquiera se ha contenido. Ha felicitado a los sindicatos por entender sus propuestas, de lo que se deduce que el plan es suyo, y los demás acatan, rubrican, codean. El presidente se muestra en plan picador, al que CROEM le arrima los toros. Y éstos ni siquiera entran bravos, sino que ya de entrada derrotan, y hasta agradecen los pinchazos. Como cosa del destino.

El presidente se recrea en la faena y da la vuelta al ruedo. Su único problema es el exceso, la sobreactuación un pelín Trump. No puede contener su satisfacción, y se acaba limpiando en las cortinas incluso en el propio acto de la firma del pacto. Su yoísmo lo mata, pero estoy por pensar que es una percepción particular, porque parece que le funciona. Esta es una Región en la que nos va la marcha, y unos tiempos propicios para este perfil.

En realidad, CC OO y UGT han ido a darse el codo con el Gobierno y CROEM por propia necesidad. El favor a López Miras se lo ha hecho involuntariamente Vox, que para aprobar los Presupuestos exigió la liquidación de las subvenciones a los sindicatos y a la patronal, lo que sobre todo a aquéllos dejaba con una mano delante y la otra detrás. El objetivo de Vox se cumplió, no había otra, pero con prorrateo, es decir, las subvenciones se irán suprimiendo en fases a lo largo de los próximos ejercicios presupuestarios de la legislatura, de modo que al final de ésta serán teóricamente cero. Para entonces se supone que ya habrá desaparecido Vox, y todo volverá a su ser, o bien gobernará o cogobernará Vox y entonces le convendrá a éste mantener las subvenciones en el supuesto de que éstas garantizan la paz social.

Mientras tanto, los sindicatos, que a estas alturas de la película han quedado convertidos en carcasas, han de arrimarse a quien pueda proteger a sus aparatos de manera efectiva. Por eso firman lo que se les ponga por delante, incluso en un contexto en que han sido ninguneados con la reforma de leyes que, so pretexto de la creación de empleo, derogan conquistas fundamentales de protección medioambiental y de control de los servicios y contratos públicos. Y cuidado, que detrás de los sindicatos vendrán a hincar la cerviz las organizaciones del llamado cuarto sector, también condicionadas por su dependencia económica del Gobierno.

Se dirá que esto siempre ha sido así. Sí, pero en otro tiempo las subvenciones no se discutían, estaban estructuralmente consolidadas y esto daba cierta libertad de acción a los agentes sociales. Desde la irrupción de Vox, esta fórmula está en el aire, de modo que ciertas organizaciones sociales tienden, como se está viendo, a tratar de reforzar a quien les libra la pasta, el Gobierno del PP en este caso, en quien ven a un defensor del anterior estatus, vulnerado ahora por la influencia parlamentaria de Vox.

En el pacto a cuatro firmado ayer sólo hay dos organizaciones representativas: el Gobierno y CROEM. Por lo que se refiere a CC OO y UGT hace tiempo que dejaron de representar a los trabajadores, salvo por obligadas reglas de asesoramiento y funcionalidad establecidas en la legislación laboral, de modo que se han convertido en apéndices funcionariales, una especie de asesorías externalizada de las Administraciones, y poco más.

Y a las pruebas nos podemos remitir: ni una sola de las movilizaciones, generales o sectoriales, que se han producido en la Región en los últimos años han estado capitalizadas por estas organizaciones, que en realidad han sido desbordadas y muchas veces estigmatizadas por la propia ciudadanía o por los sectores que han protagonizado unas u otras reivindicaciones. Los sindicatos están muertos, pero todavía sirven para figurar como zombis en las fotos que avalan las políticas contrarreformistas de los Gobiernos de la derecha, con la esperanza de ser gratificados con las subvenciones que permitan la supervivencia de sus estructuras burocráticas.

En este sentido, también el Gobierno se equivoca. Si en San Esteban creen que la concordia de los codos escenificada ayer garantiza la paz social en caso de que la crisis económica se agudice, están equivocados. Los sindicatos clásicos ya no son barrera de contención cuando el sistema económico cruje, tal vez precisamente por su ansia fotogénica. Se vio en la crisis de 2008, y se está viendo en ésta, en la que son el único estamento al que no se ha echado de menos tal vez porque es obvio que no tiene algo que decir, salvo, como ahora se constata, «señor, sí señor».

Las 'medidas de reactivación' de López Miras no son algo nuevo. Lo raro es que las haya cifrado en cuarenta. Valcárcel, en su día, fue más atrevido: abrió portadas anunciando 'cien medidas contra la crisis', de las cuales nadie se acuerda, quizá porque entre demasiadas, no había ninguna real. La técnica gubernamental en la Región para estos casos consiste en recopilar, empaquetar y facturar medidas retóricas sobre cuyo cumplimiento al final ha de responder el único que no las firma: el Gobierno central.

Sin embargo, conviene que no perdamos de vista las reglas tradicionales de la política: un presidente que, en las actuales circunstancias, es capaz de vender este paripé que, aunque no engañe a nadie, constituye una de las formalidades clásicas del juego (el pacto con las fuerzas presuntamente sociales) es un presidente hábil y se comporta con una inteligencia política que aquí nunca le hemos negado. Por esta razón, la cuestión clave es: ¿hay alguien más aquí?