uchas profesiones en estos días se han visibilizado y nos demuestran que son imprescindibles. Los sanitarios, las fuerzas de seguridad, la rama de la alimentación? Pero hay otros trabajos que, a pesar de que su carácter de ineludible necesidad, debido a las circunstancias actuales, no se perciben como tales. Por ejemplo, los docentes. ¿Qué hacen? ¿Están ya de vacaciones? Los centros educativos están cerrados y los niños y adolescentes confinados en sus domicilios. Entonces, ¿qué sucede?

No vamos a negar que esta situación nos ha sorprendido a todos, pero si un colectivo ha sabido reaccionar y adaptarse con agilidad, es el de los docentes. Desde casa se mantiene el contacto con familias y niños a través de plataformas virtuales, telefónicamente y por medio de correo electrónico. Se han establecido programaciones adecuadas y ajustadas a la situación tratando que los contenidos básicos puedan ser cubiertos. Se han diseñado estrategias y actividades para que todos los alumnos puedan trabajar desde casa y sentirse activos.

Vídeos, blogs, libros digitales, videoconferencias, bancos de recursos, grabaciones de audio, fotografías y páginas web. La disponibilidad del docente, lejos de menguar, se ha incrementado. Se reciben mensajes a todas horas, se conciertan reuniones de trabajo cualquier día de la semana y se trabaja constantemente en la monitorización de cada uno de los alumnos. Todos los docentes que conozco reconocen sentirse fatigados y estresados.

Los primeros días del confinamiento era abrumador, pero también emocionante, comprobar que los grupos de Whatsapp de los profesores echaban fuego por la ingente cantidad de recursos, enlaces a páginas educativas que se compartían. Llegaba a ser molesto. Pero ahora, visto con perspectiva, me demuestra que lejos de dejarse abatir, el profesor se crecía ante la adversidad. Sobre todo porque sabía que su materia prima no se puede abandonar ni un solo día. Los alumnos, los niños, son el futuro y el alma de esta sociedad y los docentes son conscientes de ello.

El confinamiento nos ha quitado lo más valioso de la educación: el contacto entre niños, los juegos, el contacto entre profesores y alumnos, la interacción directa. Pero, al menos, mientras dure, los docentes seguirán estando ahí, trabajando a la sombra, desde casa, con los medios de que dispongan para hacer crecer a sus alumnos. No saldrán en las noticias, ni tampoco les aplaudirán a las ocho de la noche desde los balcones. Es un cuerpo que está acostumbrado a que no se le reconozca su trabajo. No importa. Porque seguirá dándolo todo, porque sabe que su recompensa siempre llega: el cariño de sus alumnos, de unos alumnos que cada día crecen. Se hacen grandes. Muy grandes.

Seguimos creciendo.