Pasear por la ciudad, sin rumbo, para entender el fenómeno urbano, para experimentar la ciudad fue una práctica que alcanzó su apogeo con la aparición de la ciudad moderna en el siglo XIX, y más concretamente, en el París de Haussmann.

Pasear y dejarse llevar por el ambiente urbano es una experiencia que desarrolló un personaje que nació con la ciudad, el flâneur, una figura masculina, recuperada de la obra de Baudelaire, quien lo retrata como un artista de la nueva metrópoli en El pintor de la vida moderna, y que también fascinó a autores como Balzac o Walter Benjamin.

Pasear por las calles de una ciudad, sin prisas, sin objetivos, en soledad, fue en el pasado una actividad destinada solo para hombres; las mujeres tenían restringido el espacio público. Por esta razón, la existencia de la f lâneuse en el siglo XIX, como sujeto histórico, fue negada por las primeras investigaciones; no era posible que la mujer paseara sola, ociosa, por voluntad propia, por las calles de la ciudad.

La flânerie era concebida como una experiencia estética, un deambular recreativo, que permitía observar y evaluar la ciudad detectando sus carencias o sus excesos. El hombre cuando vagabundeaba por la ciudad ejercía un acto de libertad, pues paseaba por propia voluntad, sin obligaciones. El f lâneur era un espíritu independiente y apasionado.

Para la mujer, entrar en el espacio público conllevaba riesgos, como la pérdida de virtud. La que caminaba por la calle sola tenía que tener una meta, ir al trabajo, volver a casa, pero nunca podía disfrutar de un paseo en soledad, sin ser observada o ser tratada de prostituta: «A una mujer soltera en las calles de una ciudad siempre se la considera disponible», dijo Virginia Woolf.

En el pasado, que las mujeres paseasen se consideraba un acto de rebeldía, de insubordinación, Pero, a pesar de todas las dificultades y prohibiciones del tiempo que les tocó vivir, salieron a la calle y se hicieron visibles en el espacio urbano.

El paseo significaba salir del confinamiento, del espacio privado y reivindicar su derecho a tomar la palabra en público, a participar de la esfera pública, también a través de la literatura, de la pintura o de la política. La pintora rusa Marie Bashkirtseff añoraba la libertad de deambular por las calles de París sola, a cualquier hora, porque pensaba que «sin esa libertad es imposible convertirse en una auténtica artista».

Virginia Woolf en sus Paseos por Londres observa los matices estéticos y sociales que diferenciaban unos barrios de otros; disfruta de la vitalidad y de la variedad de su ciudad, va a donde 'no debe ir', reclamando el derecho de observar y ocupar el espacio.

Algunas de estas mujeres rebeldes recurrieron al travestismo, como es el caso de George Sand, quien no solo tuvo que ocultarse bajo un seudónimo para adentrarse en el mundo de la literatura, monopolizado por hombres, sino que además, cuando se instaló en la capital francesa recurrió a las prendas masculinas para pasear por sus calles sin atraer la atención de los curiosos que le pudiesen recriminar ciertos tipos de comportamiento: «Nadie me conocía, nadie me miraba, nadie tenía nada que reprocharme, era un átomo perdido en aquella inmensa multitud».

Bien conocidos son los casos de Flora Tristán y de Concepción Arenal, quienes vestidas con ropas masculinas consiguieron colarse en el Parlamento británico y en la universidad, respectivamente.

Fueron Maruja Mallo, Margarita Manso y Concha Méndez, quienes iniciaron una aventura de flâneuses por el Madrid de los años 20, paseando sin sombrero por las calles de esta ciudad, transgrediendo las normas sociales que las obligaba a llevarlo. Quitarse públicamente este complemento era una actitud transgresora que significaba, además, un saludo a los tiempos modernos, a la liberación, a la entrada en la esfera pública.

Para Concha Méndez viajar suponía liberarse de su medio ambiente, que no la dejaba crear un mundo propio, propicio para la poesía. Fue en mayo de 1925 cuando inicia, junto con Maruja Mallo, la exploración y conquista de la ciudad, reivindicando su condición de artistas y escritoras en el espacio público, en igualdad con los hombres.

Para las mujeres ganar la calle ha supuesto un gran avance hacia la libertad y la igualdad, pero su presencia sigue viéndose como una usurpación en algunos países donde existe una estricta separación entre los sexos en los espacios públicos. En estos países las mujeres no pueden salir a la calle si no es en compañía de un familiar masculino o de un tutor; tampoco tienen acceso libre a recintos de ocio o deportivos. Por esta razón, y otras, 'reivindicar la calle' y 'recuperar la noche' han sido y siguen siendo proclamas del feminismo desde hace tiempo.

Porque, a pesar de los cambios experimentados en el último siglo, las mujeres y las niñas siguen sufriendo acoso en calles, mercados, transportes y otros espacios públicos en ciudades de todo el mundo: «Just because I move my body in public space, doesn't mean my body is a public space» (que yo me mueva en el espacio público no significa que mi cuerpo sea un espacio público), « Space is public, my body is not», «Streets are mine in the morning and at night» son algunos de los graffiti o memes que se continúan viendo y difundiendo en las calles o en las redes sociales.

Esta semana y todas las que vengan después, tenemos que seguir luchando por el derecho a vivir libres y pasear sin miedo por nuestras ciudades, a correr por los parques, a salir de casa o regresar a cualquier hora.

Tenemos que volver a la calle a reclamar el derecho de movernos libremente sin ser acosadas y agredidas; a exigir que las ciudades sean lugares seguros y amables para todo el mundo: flâneuses y flâ neurs.