Una de las cosas que más echábamos de menos, de no poder salir en esta cuarentena, era cenar una hamburguesa. No es algo que hiciéramos a menudo cuando nuestra vida era normal, pero cuando empezaron las restricciones, no sé por qué, nos había dado por ahí. Estábamos deseando saber cuándo abrirían. El único antecedente de algo así fue durante uno de mis embarazos, que me dio por comer hamburguesas de una conocida marca americana. No de la otra. El olfato de una embarazada detecta esos matices, y a mí la que me pedía el cuerpo era la del rey de las hamburguesas. Llegué a levantarme oliendo a salsa barbacoa, como si estuviéramos en el local. En fin, una de esas cosas aparentemente ridículas, que crees que son idioteces que se inventan las otras embarazadas. No sé cuántas me pude comer en aquellos meses.

Con esa misma furia nos montamos Elena y yo en el coche, el sábado pasado, para ir a recoger nuestra cena. Eso sí, sentadas en diagonal, con mascarilla y guantes, porque aún estábamos en Fase Cero. El planazo del finde, conseguir, por fin, cenar una hamburguesa de aspecto y, probablemente, contenido asqueroso, pero hacernos la ilusión de que había vuelto la normalidad, al menos por un rato.

A la vista de esto, no tengo mucha fe en que esta pandemia cambie nuestras prioridades como personas, ni siquiera que altere mucho el modo de vida que llevábamos. Más que nada, porque una vez que llegamos al establecimiento, que sólo estaba abierto en modalidad de recogida de pedido (nada de comérselo allí), había una cola de coches que daba la vuelta a la manzana. Una pensaba que, con el recuerdo permanente de que la naturaleza nos ha advertido muy seriamente, nosotras íbamos a ser las únicas insensatas que, nada más abrirse la veda, iban a atiborrarse de comida rápida. Y que, caso de haber más descerebrados, irían andando o en bici. Pues nada de eso. Todos en parvá, y en coche. No creo que la intención de proteger el planeta o de escuchar a Madre Tierra perduren por mucho tiempo. También es verdad que, en el caso particular del transporte, no ha habido, en tiempos precovid, un planteamiento alternativo de transporte público. Pero uno que fuese realista y viable, además de competitivo. Así que no lo esperemos ahora. Yo apostaría por potenciar y extender la red del tranvía, pero de este tema, si eso, hablamos otro día.

A los dos días del momento hamburguesa, y siguiendo escrupulosamente las normas de la desescalada, aproveché que tenía que ir al centro para hacer unos recados. Madre mía, qué paisaje. Para que te hagas una idea, parecía un sábado de agosto. Todo cerrado. Tanto fue así, que una vez en la tienda, alguien preguntó qué día era, y se hizo el silencio. Nos reímos al unísono, porque era lunes, a pesar de que no parecía para nada un día entre semana. El encierro nos ha hecho perder la noción del tiempo. Qué pena de panorama.

La dependienta estuvo comentando que lo tenían todo desinfectado, desde la alfombrilla de la entrada, empapada en desinfectante, hasta todos y cada uno de los artículos, todo protegido para que no se contaminase. Y enumeró la cantidad de rituales que hacían para que no entrase el virus. Nos mostró cómo tenían que entrar y recorrer la tienda los clientes, y cómo ella, cuando se iban, volvía a desinfectarlo todo. Madre mía. En un buen rato, sólo habíamos entrado dos personas. Desde luego, un alivio con la paliza que se tenía que dar a limpiar cada vez que entraba alguien, pero qué esfuerzo tan estéril para un negocio que sólo vende si la gente entra. Esa tienda en concreto ha abierto hace apenas tres meses. ¿Crees que aguantará un alquiler en pleno centro, con unas ventas ridículas? ¿cómo se puede dejar sobre los hombros de los ciudadanos heroicos el destino de la economía, con la que está cayendo?

Parece como si no se percibiera que la economía es tan necesaria como la salud. Y que hay que protegerla y mimarla igual. No me considero de la resistencia, esa que llaman ahora, pero no nos pueden engañar con esa dicotomía de elegir entre dinero o salud. La salida a esto es dinero y salud. Tomar medidas de protección de la salud, y de protección de la economía. Obligar al confinamiento, por motivos obvios de salud de la población sin plantear alternativas de salud de la economía es algo que no se sostiene para cualquiera que tenga dos dedos de frente. Pero estamos como con el transporte, no se puede hacer en un día lo que no se ha hecho en años.

Estamos como dice la ranchera: yo lo que quiero es volver, volver, volver.