El gran libro de las pandemias es sin duda El Decamerón de Boccaccio. Su argumento hoy estaría tipificado como delito contra la salud pública, pero ya no queda ni un ápice de lirismo. Diez jóvenes huyen, en el siglo XIV, de una Florencia infectada por la peste negra y se refugian en una villa a las afueras de la ciudad. Las calles se han convertido en nichos abiertos donde los cadáveres disputan el espacio a las ratas. Las iglesias, más que un refugio espiritual, son focos de trasmisión. En cada oración hay un contagio. Los personajes de Boccaccio pasan diez jornadas contando historias unos a otros, matando el tiempo con monjes ninfómanos, diablos traviesos que se meten en las faldas de las señoras y toda esa sabiduría medieval que hoy nos sigue sorprendiendo.

El hombre medieval creaba historias para sobrevivir en las noches oscuras y a nosotros nos cuentan cuentos de día, que es cuando el espectador suele sentirse dispuesto a creer todo lo que escucha y lee. Y en esta pandemia nuestra ya llevamos unos cuantos. Los gobernantes nos han recluido en villas menos lustrosas que las de Florencia, pero en los nuevos tiempos todo debe racionalizarse. Lo que no ha cambiado es el esfuerzo sobrehumano de hacernos creer determinadas historias, como si aún fuésemos esos personajes de El Decamerón, inocentes y analfabetos.

He escuchado en estos sesenta días, de derecha a izquierda, afirmaciones que hacen dudar, no ya de la buena fe del político de turno, sino de la inteligencia del discurso. ¿Se acuerdan de cuando el virus era una simple gripe? Esos tertulianos aún siguen repartiendo doctrina como especialistas sanitarios. Y a López Miras, en rueda de prensa solemne, culpabilizando a los madrileños del aumento de los contagios en Murcia, sin entender que esos mismos que acudían a las playas eran tan murcianos como él y como yo. He escuchado de boca de Sánchez y sus ministros que el 8-M no suponía ningún riesgo. Mas que un riesgo fue un negocio para la clínica Ruber. ¿Escuchan a Simón diciendo que las mascarillas no eran necesarias? Hace una semanas se definían desde el comité de expertos (sic) como imprescindibles. Así se cambian los cuentos. Cuando Madrid reparte FPP2 supone un riesgo innecesario. «Demasiada protección». Mejor quedarnos con las servilletas de bar con las que obsequió Revilla a los cántabros.

Cuentos para todos los gustos. El del castigo de la naturaleza por la contaminación está entre mis preferidos. Algunos llevan toda su vida escapando de la religión para fundar una nueva. También vengativa como la del Dios de Sodoma y Gomorra. O el de que este virus también viene con desigualdad de género. Machismo microbiológico. El del otro día roza lo magistral. Refundar el capitalismo en la nueva normalidad, reclaman actores y famosetes con piscina y aviones. Saldremos de esta gracias a los huertos ecológicos. Cuentos y más cuentos.

Empiezo a temer que sigamos como ratas al flautista que con su música nos dirije directos al río. Por fortuna, los que leemos LA OPINIÓN sabemos que nuestros ríos están secos.

Seguiremos caminando.