El primer sábado con posibilidad de practicar mi deporte federado, montañismo, hice una pequeña escapada al Este del camino del Garruchal, en la de nombre desconocida sierra la Cañisola, continuación del pulmón de Murcia ciudad.

Como el tiempo está limitado por las franjas horarias de la alarma, madrugué, no bastante, pues hasta unos minutos más de las siete de la mañana no estaba saliendo de casa; llegar y empezar, una media hora más. Tiempo justo, escaso más bien, para la media ruta que tenía en la cabeza de forma que me diese tiempo a estar en el coche antes del fin de la hora de queda. Pero, ya sin más remedio, a quien no madruga tanto? sólo dos horas y media tenía para estar de vuelta, tiempo, como digo, muy escaso.

El problema, que no era tal en sí, sino para mi objetivo, fue que para cumplir con los tiempos tuve, además, otros 'obstáculos'. El principal, y más agradable, que la naturaleza (también llamada 'maleza' cuando, como es el caso, se opone a nuestros fines) con profusión y fuerza ha tomado la mayor parte de las sendas y tramos a recorrer, hasta el punto que en el paso por una pequeña rambla no tenía certeza si bajo las altas hierbas, plantas y ramas que tapaban el suelo había el largo de una pierna o algún hueco más profundo y peligroso para mi estabilidad, lo que, evidentemente, reducía el ritmo de mi marcha, a la vez que aumentaba mi entusiasmo por transitar un entorno casi silvestre.

Como complemento a estas trabas al caminar, topé con el estado de los caminos y pistas, donde también la naturaleza actúa reclamando lo que es suyo, eso sí, esta vez al margen de si los estamos usando o no. Los he encontrado bastante 'recuperados' (destrozados para la humanidad) por efecto de arrastres y desprendimientos por lluvias y vientos, que parece que sigue lloviendo poco, pero debe hacerlo de forma más concentrada, tormentosa, y catastrófica. De hecho, ya de retorno, hube de 'buscarle la vuelta' al tramo final de la marcha, que estaba tan anegado que impedía el paso normal, teniendo que trazar la misma huella que a la ida.

Salvo por el temor a ser un incívico ciudadano por no cumplir el horario, disfruté como hacía tiempo, desde antes de esos casi sesenta días de arresto domiciliario ¿solidario? que parecen una eternidad, no lo hacía. Especialmente gocé con cómo 'la maleza' se había adueñado con sus raíces, tallos, pinchas, flores, insectos, olores y colores de sendas y caminos.

Le sienta bien a la Tierra, libre, o casi libre, acotada en entornos y parques naturales, le sienta bien que no estemos, que no vayamos tanto, y que no vayamos tantos. Sólo dos meses de inactividad en un espacio natural habitualmente muy frecuentado, con una huella humana muy marcada, y casi retoma todo el entorno. Imagino cómo debe estar reclamando lo que es suyo en zonas menos asiduamente pisadas, con menos presión humana; cómo debe estar retornando esa espesura de zarzales, matorrales y otras 'malas' hierbas.

Este efecto de recuperación del espacio natural es otro más de los que se están dando durante este parón de la actividad humana, niveles mínimos de contaminación, retorno y recuperación de poblaciones de vida animal? sobre los que ecologistas, ciudadanía y movimientos sensibles con la crisis ambiental planetaria venimos llamando la atención para remarcar la denuncia del modelo social y de vida que llevamos contrario a la vida de la Tierra.

Se me ocurre que sumemos a las propuestas de un reinicio bajo otro paradigma económico-social de justicia climática y de recuperación ambiental, la idea de una veda naturista, una veda de tránsito y uso de entornos naturales que permita el mantenimiento, la recuperación y la regeneración de la vida más allá de las zonas humanas. Una especie de sistema de barbecho, donde cada cierto tiempo estuviera vedada la utilización de estos espacios mediante propuestas concretas que combinaran aprovechamiento y regeneración de los espacios naturales, permitiendo a la parte libre de la Tierra mantenerse y recuperarse activamente al quitarse durante un tiempo la presión humana. Lo que, junto a medidas de protección ambiental, como corredores naturales cerrados, o abiertos a un uso comedido para la gente, permitiría la máxima expresión de la vida en estado natural.

Tierra nos está devolviendo la necesidad de que la dejemos vivir, si queremos poder vivir en ella.

¡Hagámoslo!