Leo en periódicos y redes sociales el proceso de psicosis colectiva con la vuelta de nuestros derechos fundamentales. La policía de la moral ha dictaminado que somos incumplidores, transmisores y vamos a matar a media población española por tomar un café en una terraza a 40ºC a la sombra.

Voy a contarles en un secreto. Vivo en Bélgica, un país que en estadísticas es de los que mayor ratio de muertos per cápita tiene en el mundo, pero que en la práctica es ejemplo de gestión de la pandemia. Sus muertos, por aclarar el punto anterior, se computan no solamente cuando hay una PCR que certifica el contagio, sino simplemente con síntomas que pudieran ser asimilables a los del coronavirus. Con ese método de evaluación, en España nuestros fallecidos superarían los 60.000.

En Bruselas, como decía, desde que se declaró el equivalente al Estado de Alarma los contagios han descendido en mayor porcentaje de lo que lo han hecho en España. Cada día menos muertos, cada día menos contagios, y cientos de miles de tests para descubrir sintomáticos y asintomáticos. Ha habido confinamiento, sí... pero a la belga. Incluso en el pico más alto de la pandemia, el Gobierno no sólo es que permitiera pasear o hacer deporte, es que lo recomendaba encarecidamente. En todo momento ha existido la posibilidad de salir con un amigo a dar una vuelta, de coger cervezas para llevar en bares, de hacer turismo por la propia ciudad o de llenar los parques como si aquello fuera el Oktoberfest. Ha coincidido además con una temporada de sol inaudita en este recóndito y siniestro lugar, así que no ha quedado un belga en casa durante estos meses.

A pesar de la libertad de la que disfrutaban los belgas, y a pesar de las restricciones que vivíamos los españoles, en Bélgica están mucho mejor que en España. Y han salido, y se han visto, y han corrido, y han ido a trabajar. Y hasta donde puedo intuir por su movimiento (porque interactuar, lo que se dice interactuar, lo hacen poco), aún siguen razonablemente vivos.

En España estamos de camino hacia ese obsceno término de 'nueva normalidad'. Y para poder volver a ser normales necesitamos abandonar paulatinamente la anormalidad. Es evidente que después de dos meses de encierro casi absoluto volver a ver a personas caminar puede producir hasta pavor, pero la alternativa a la que nos enfrentamos en caso de que decidamos vivir en permanente pánico es infinitamente peor.

Salir del confinamiento no implica que vayamos a vivir sin la pandemia, significa que tenemos que aprender a convivir con ella. Y dentro de lo razonable, hacer todo lo posible por no provocar contagios masivos, tal y como hace todo el mundo que lleva mascarilla, respeta la distancia de seguridad o ante el menor síntoma se mete a la cama sin dudar; es el único camino para que una vez que hemos podido salvar vidas seamos capaces también de salvar la economía.

En España nos han coartado de manera absolutamente necesaria nuestra libertad durante mucho tiempo. Ya no es necesario, y si me apuran, es contraproducente.

Por eso, y sin que sirva de referente, por primera y última vez en la vida hagámosle caso a los belgas. Por nadie pase.