Un buen día fue el de ayer de verano; pero sin calor excesivo. No ocurrió nada desagradable. Se cumplió con el descanso dominical y la población estuvo casi todo el día como bajo la influencia dormilona de la siesta. Estos domingos provincianos son encantadores. A mí el silencio que reina en estos días, la quietud de las calles, por donde solo circulan algunos carruajes de lujo y contados automóviles, no me hacen el efecto de las poblaciones sin vida, sino el de las ciudades felices, en las que la lucha por la vida no es despiadada, ni mucho menos.

10/06/1912

Diario de Murcia.

Martínez Tornel

El maestro contaba así sus impresiones domingueras. Y en cierto modo tenía razón. Esa calma se deja notar en una pequeña ciudad de provincias, que algunos confunden con municipio, si se tiene en cuenta el número de habitantes. Para mí, estos casi sesenta días de la cosa han sido como sesenta domingos. En tiempos normales, esa calma se nota en el silencio casi total en las calles, con apenas tráfico, y los pocos pobladores que van a andar o a comprar el pan o el periódico. Algunos hacen las dos cosas. Se ha echado en falta la animación en las horas cercanas al mediodía, cuando se sale en plan familiar, a los cultos religiosos, a las pastelerías y al tomar el aperitivo. Es verdad que, por el carácter sureño, la animación en la ciudad se nota más entre el viernes por la tarde y el sábado por la noche, cuando los restaurantes están a rebosar, los cines, los teatros y las salas de conciertos, en todos se ve mucha animación.

Pero los domingos suelen ser tranquilos en esta pequeña ciudad de provincias. Y, previsiblemente, seguirá siendo así, cuando esta cosa se vaya. Y, como decía Albert Camus, olvidaremos todo esto hasta que una nueva cosa vuelva a atacarnos.